lunes, 11 de mayo de 2009



La princesa y el caballero


Él: ¡Cuán dolorosa es mi condena! ¡Qué truco tan cruel del destino! Encontrarme yo navegando en un mar de dudas, entre la pasión que carcome mi alma y quema mi piel de poseerla, hacerme dueño de sus sentidos y su cuerpo, acoplarme a sus curvas de mujer, besar sus párpados y consumirme en el fuego inextinguible de su boca hasta quedar nada de mí. Este veneno delicioso que me lleva a un viaje maravilloso en mis noches de sueño en las que usted y yo somos un solo pecho, un solo ser, rozando nuestras mejillas encendidas y perdiéndome en los recovecos de su hermosa cabellera.
Es una dulce tortura que obliga a mi cuerpo ardiente de hombre a explotar de deseo y a mis ojos de devorarla con lujuria y lascivia.

Y entre el suave amor cortés que me filtra de su mundo y traza una distancia dolorosa entre nosotros, haciéndola pertenecer a un mundo distinto del mío… Este amor que hace que la idolatre como a una diosa y me empequeñezca ante su presencia, que me pierda en sus preciosos ojos celestes hasta sentir que desaparezco y me hundo poco a poco. La reina de todo mi ser, aquella cuyo dulce amor me es prohibido, la candorosa princesa mía…

Ella: Espinosos son los senderos que recorro para tratar infructuosamente de llegar a usted. ¡Oh caballero mío! Daría yo todo cuanto de me ha sido entregado en esta vida, tan sólo por beber junto a usted el dulce licor del amor y embriagarme hasta perder el conocimiento, permaneciendo bajo el peso de su poderosa virilidad besando sus labios y contemplando su rostro quemado por los rigores de ésta, nuestra tierra helada. Quisiera ser presa de sus hábiles manos, víctima de sus músculos y testigo de su atrevida y heroica barbilla descansando sobre mis cabellos. Es usted el astro rey del cielo de mi alma, la morada de mi corazón henchido de deseo amoroso... De entre los suyos el más grande y valiente varón.
Más son esos sus ojos azules casi transparentes y tan parecidos a una lágrima uno de los motivos más grandes por el que he vivido y sonreído a lo largo de mis días.

Él: Y emociones de adolescente siente mi ardiente corazón de amante al verla pasar por mi lado cuando se erizan los vellos mi cuerpo. Usted… Mi princesa, razón de mis desvelos y quebrantos. Tan sólo contemplarla rebosante de ternura al amanecer, mi sangre galopa como potros salvajes en campo abierto, corre como ríos caudalosos en el interior de mi ser.

Yo, su fiel caballero, quien dedica su vida completa a usted y a su dulce amor, ¡oh princesa! La dueña de mis pensamientos, de mis sentidos… De mi alma.
Quiero ser eternamente su humilde prisionero, mi virginal princesa de las tierras de hielo…

(Fruto de una noche en la que me sentí romántica y mi mente se fue en uno de sus frecuentes viajes de fantasía, un 24-4-2005)