sábado, 8 de agosto de 2009

Otra vez, tu

Hoy volví a pensar en ti, suele suceder. Eres de esos pensamientos pecaminosos de los que me es difícil alejarme. Aún lejano, estas aquí de una forma idílica, pareciéndote cada vez más a esos frutos de la imaginación de las mentes en delirio romántico. Esas mentes como la mía que en más de una ocasión se desconecta de la realidad para alimentar fantasías como tú, en un éxtasis embriagador.

Te he dejado un mensaje, no en tu celular, tampoco en Facebook. Dejé un mensaje escrito en tu piel, un mensaje que nunca escribí. Ahí te confieso todo lo que me haces sentir con tu mera presencia, incluso a lo lejos. Te imagino a mi lado, perdiéndome en tus ojos y embriagándome de tu perfume de hombre. Y en las fantasías que no se deben contar y que ahora lo hago, imagino tus manos y tu cuerpo tibio, junto a mí, bajo la luz intensa de la luna cómplice de los amantes desde tiempos inmemoriales. Sueño acosarte el pelo. Sueño con tocar tus labios dulcemente con los míos. Sueño con tomar tu mano y caminar.

Hay tantas y tantas cosas que me gustaría decirte, tantas cosas de las que muchas veces me avergüenzo por temor a parecer otra víctima de algo muy parecido al amor cortés de la Edad Media, apasionado y fogoso, pero casto y puro. Por alguna razón, esta clase de amor no resulta tan dañino, siempre y cuando tengas en cuenta que solo forma parte de tu imaginación. Muy por el contrario parece más bello aún, lejos de las amenazas mundanas y corrosivas de la sociedad en la que nos ha tocado vivir. Sacas las palabras más lindas de mí, y cuando pienso en todo lo relacionado a ti, sonrío sola y mi corazón me responde con fuertes latidos. Tu existencia es como el amanecer en el horizonte de la playa, lejano, hermoso y encantador. Y es que las cosas como tú, afinan los más artísticos sentidos de una chica como yo; que apenas se abre a vivir y que por una extraña razón, tiene un pie metido en las fantasías hermosas de la vida y de su propia mente.

Seguramente no recuerdas ese instante mágico en mientras yo salía del ascensor y tú entrabas. En esos tres segundos fui feliz, me hundí en un hechizo mortal en tu mirada hipnotizadora, de esas que hacen de uno una chica torpe en medio de la multitud. No, dudo mucho que siquiera me conozcas o hayas reparado en mi presencia.

Otro día casi choco contigo. Sentí la boca seca al verte caminar en dirección mía con un amigo; y con la misma intensidad sentí tu sombra cruzar mi cuerpo. El corazón retumbó en el interior de mi pecho, me volví para verte, y una vez más, fui feliz. Como lo soy cada vez que pienso en ti y tu recuerdo lleva mi imaginación de vacaciones a un viaje maravilloso en busca del romanticismo más puro, bello e idealizado que se encuentra escondido en esos rincones escasos, en donde sólo el amor sabe buscar.