miércoles, 11 de abril de 2012

Historias de Michael y Michelle

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El inconfundible rostro de la desgracia

- - - - - Muy bien hecho, chico.

Michael miró con desprecio y suspicacia el rostro marcado de Sean “Calavera”.

Su Nissan 350z estaba aparcado a un lado de la carretera, cubierto por una fina capa de polvo. Los neumáticos estaban llenos de lodo y se vislumbraban algunas raspaduras pequeñas en la pintura de la parte delantera.

Había por fin terminado la carrera; había ganado como premio unos jugosos miles de dólares.

Nomalmente, corría en carreras por ser amante de la velocidad y para ganar un poco de dinero extra. Era uno de sus pasatiempos favoritos y uno de los más odiados por Michelle, por el nivel de riesgo para la vida que este implicaba.

Sean “Calavera” es uno de sus amigos de poca monta, de ese tipo de amigos que te arrastran a hacer cosas indebidas, como los chicos malos de la escuela que hacen maldades a los profesores y luego se escabullen como ratas de alcantarilla.

Se conocieron en una pelea callejera cuando Michael tenía 16 años y el, 19. Eran apenas unos críos y sabían más de la vida que cualquier reo recién salido de Alcatraz. Calavera lo defendía de vez en cuando, cuando se metían en problemas, e incluso, a veces lo sacaba de ellos... Todo un costo muy elevado. Estuvo preso durante 3 años por haber cometido delitos de distinta índole, entre los que figuran robo, tráfico de narcóticos, y, según algunos, lavado de dinero y violación. Hasta el día de hoy, muchos se cuestionan la manera poco ortodoxa en la que pudo salir finalmente de allí.

Su aspecto era poco más que lúgubre y siniestro. De piel cetrina y pómulos salientes, era el espejo vivo de la desgracia, la desesperanza, la desolación y malos vicios. Tenía pocas cejas, dientes amarillosos, ojos y el cabello absolutamente negros, además de una cicatriz como evidencia que le faltó poco para perder el ojo derecho. Es de este tipo de rostros que hacen que, aún en medio de una inmensa felicidad, puedas llegar a deprimirte sin razón aparente. Algunos de sus allegados cuentan que estuvo interno durante un tiempo en una clínica para personas con desórdenes mentales; de la que, según él salió completamente renovado.

Ante los ojos de una sociedad que lo mantiene bajo escrutinio, finge ser un vendedor de autos usados en un pequeño negocio en las afueras de la ciudad.

Cerca de un poste donde se encontraban los demás corredores, y el público expectador, se encontraba Michael con cara de exhausto y extrañamente enfadado. Dio grandes zancadas con sus polvorientas botas negras desabrochadas, hizo una seña obscena a los “amigos” que lo ovacionaban, y se dirigió a su auto.

- - - Espera Michael... Aún no he terminado de felicitarte... Aunque, pensándolo bien, mejor te vas, puesto que tu doncella te espera en casa, no? Cuál me dijiste que era su nombre? – Inquirió Calavera mientras arrastaba adrede sus palabras impregnadas de veneno.

- - - Nunca te lo dije. – Respondió Michael a secas.

- - - Pues deberías...

- - - - Eso no te importa. – Replicó.

- - - Nunca he entendido por qué tanto odio hacia mí, si somos tan buenos amigos desde hace tanto tiempo... O no?

- - - Mira Calavera, una palabra: Púdrete. Yo me largo de este basurero. – Dijo terminantemente.

- - - Espero que para la próxima nos invites un par de whiskies siquiera. – Y dicho esto, sonrió malicioso.

Michael lo miró con más odio del que era posible en un ser humano, y se disponía a irse cuando su interlocutor lo tomó de los hombros y murmuró contra su oído:

- - - Conduce con cuidado. No vaya a ser que te pase algo malo camino a casa. – Dijo, dejando un halo de misterio con esas últimas palabras.

Y lo vio alejarse en la profundidad de la noche, camino a su auto.

Unas pequeñas gotas de lluvia comenzaban a caer como agujillas sobre el asfalto. Parecían prometer una noche lúgubre y tormentosa.

Observó nuevamente a Michael y cuando por fin éste estuvo lejos de allí, tiró y pisó la cola de su cigarrillo, mientras murmuraba para sí mismo: - Ya veremos qué tal reacciona tu amorcito cuando descubra el regalito que tienes en tus bolsillos, querido Michael.

Al otro lado de la ciudad, una chica rubia de grandes ojos celestes contemplaba, desvelada, la lluvia caer.

Parecía que esperaba ansiosamente ver a alguien llegar.