domingo, 22 de septiembre de 2013

Historias de Michael y Michelle


-22-

Atando cabos


A la mañana siguiente, me desperté sola en la habitación que James me había ofrecido la noche anterior. Acto seguido, aparté las sábanas y me levanté de la cama. Me asomé por la ventana, que tenía la misma vista que la habitación de Diane. 

Suspiré y me di la vuelta. A mi alrededor, a la luz del día, todo era muy James. Las paredes estaban pintadas de azul, un azul navy muy bonito. Le gustaba el mar. Cuando era pequeño, me dijo que tenía su habitación ambientada muy a lo marinero, y prueba de ello era la foto que había en un estante, donde se podía verle de niño, en los brazos de sus padres. Llevaba un sombrero blanco, una camisa al estilo de Popeye, y al fondo una marina que no alcanzaba a distinguir. Su madre era y sigue siendo una mujer muy hermosa y elegante. Su padre, que en aquel entonces, no llevaba bigote ni barba, lucía también muy guapo. 

En otro extremo, había un televisor enorme, un par de monitores, una caja con teclados, cables y mouses. En un rincón, descansaban dos tablas de surf recostadas sobre la pared. Era un hombre con muchas pasiones, mucha personalidad. También había un estante con libros sobre distintos temas: Informática, Sistemas Operativos, Sociedad, Historia… “Avances tecnológicos de los siglos XIX, XX y XXI” tenía una portada muy interesante. Lo tomé e inspiré su olor. Me gustaba el olor de los libros nuevos. Era embriagante, y es como si tomaras con tus sentidos la esencia de los autores. El libro parecía muy interesante. Hasta lo que alcanzaba a leer, tenía un tono digerible para todos aquellos que no pertenecemos a la élite informática. 
James era, a decir verdad, bastante inteligente. En clases le costaba concentrarse, pero era bastante hábil para la resolución de problemas y para la invención. Pensé en pedirle prestado este libro en particular cuando volviera a verle. 
-         -  ¿James? – Llamé asomándome por la puerta.

No hubo respuesta.

Supongo que se habrá ido a trabajar. Avancé hacia la cocina. Sobre la mesa, había una nota que decía “Te he dejado desayuno en el refrigerador. Sírvete lo que gustes. También te dejo un beso de buenos días. Espero que te sientas mejor. Hay aspirinas e ibuprofeno en la mesilla de noche por si te duele la cabeza o algo” Vaya… Qué detalle – Pensé. Tal vez lo hacía por razones obvias, pero percibía sinceridad en sus palabras. Abrí el refrigerador. Dentro había una bandejita de quesos, mermelada y frutas. Me encantaba el queso, y al parecer, James lo recordaba muy bien.

Me bañé, me puse la ropa de ayer, y antes de tomar algo de desayuno, decidí tomar el teléfono y llamar a Diane:
      - ¿Hola? – Respondió su voz melodiosa. 
      -  Hola Di, soy yo. 
      -  ¡Mich! ¡Por todos los cielos! Cómo estás? Hiciste algo ayer? – Preguntó pícaramente. 
      - Estoy bien, Diane. Subo en un rato, y no, no hice nada ayer. – Contesté con voz cansina. 
       - Bueno, bueno, pues date prisa, Aun así, quiero detalles. 
       - Y tú, cómo te sientes? – Le pregunté. 
       - Me duele mucho la cabeza nada más. Voy al trabajo un poco tarde hoy. Tengo tiempo de sobra para una buena dosis de chismes michellísticos
       -  ¡Por supuesto! – Reí.

Tomé desayuno, bebí un poco de jugo, lavé los platos, ordené la cama, doblé la camiseta que me prestó y garabatée un “Gracias” sobre la nota que me dejó sobre la mesa.

Una vez arriba, Diane y yo conversamos bastante sobre la noche anterior. Al cabo de una hora y unos minutos, resolvimos que me dejaría en el Belle Vue Hospital Center, en donde trabajaba nuestro amigo William Dewsbury.
-         -  ¿Segura que no necesitas que te acompañe? – Me preguntó Diane mientras aparcaba a Mr. Poppit, su Honda color rojo cherry.
-         - Descuida. No tardaré mucho. Además estás tarde. Luego te cuento – Contesté.       
    - Bueno, paso por ti al mediodía, si?
-         - De acuerdo. Muchas gracias, Di.
-         - No es nada, cariño. – Y dicho esto, me lanzó un beso al aire. 

Avancé por el pasillo amplio y abarrotado. El hospital era muy bonito, en realidad. Pregunté por William en la recepción, y me invitaron a sentarme a esperarlo. Habían fotografías del Belle Vue en el transcurrir de los años. Es un centro de salud muy conocido aquí, con muchas especialidades médicas. William se había graduado de Neurocirugٕía, y era verdaderamente un genio de la medicina.

      Al cabo de unos minutos, su figura masculina avanzaba hacia mí, abriendo los brazos de par en par.  

-  Vaya, ¡qué sorpresa tenerte de visita, Mich! – Exclamó al saludarme.

William era alto, rubio, de ojos grises y dueño de una de las dentaduras más resplandecientes que jamás he visto. Le quedaba muy bien el azul en su chaquetín de médico. Es un chico que se hace querer por todas las chicas, si temor a equivocarme o a exagerar.
-        -   ¿Cómo estás, William? – Dije, abrazándole.
-         -  Muy bien, y mejor aún que te veo ahora. – Dijo.
-          - No había vuelto a este hospital desde que la hermana de Diane enfermó hace un par de años. ¡Qué bonito está! ¿Contrataron decoradores? - Pregunté un poco animada.
-          - Algo así he escuchado. Ven, acompáñame a la cafetería. - Me dijo él.

Una vez allí, sin más rodeos, le conté todo lo que había pasado, sin obviar ningún detalle. Llegamos a la parte del paquetito blanco, que traía conmigo. William le echó un vistazo, lo olió sigilosamente, ajustó sus gafas y sentenció: 

-         -  Es cocaína. Y bastante pura me atrevo a decir. Al parecer no la han mezclado con más nada.

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal, y muchas preguntas se engendraron en mi cabeza: ¿Desde cuándo se drogaba Michael? ¿Por qué lo hacía? ¿Se consideraría ya un drogadicto? Di un sorbo largo a mi café, y le pregunté sobre los muchos efectos que podía tener la ingesta de este polvo en el comportamiento de las personas. Y muchas cosas comenzaron a encajar. Hablamos por largo rato, y al final, le agradecí por todo el tiempo que me dedicó en el transcurso de aquella mañana. 

Hacia el mediodía, Diane y Mr. Poppit esperaban por mí afuera, para llevarnos a casa. 

- Cuéntamelo todo. ¿Era lo que sospechábamos, verdad? – Preguntó ella sin más.   
- Sí. Pisa el acelerador. Te cuento todo mientras vamos de camino.- Le dije.
 

Historias de Michael y Michelle


-21-

Sobre su famoso "Hacerse inolvidable"

 

  James me apretaba en un abrazo fuerte y masculino. Estaba a horcajadas sobre él, en su regazo. Me embestía apasionadamente, me llenaba una y otra vez, susurrándome palabras catalogadas “triple equis para mayores de 18 años”. Sentía sus manos recorrer mi espalda húmeda de sudor, y el tronco de su miembro erguido acariciaba mi punto máximo de placer. Sentía cosquillas… Descargas eléctricas que comenzaban allí donde tenía contacto, y luego iniciaban una carrera a toda velocidad por mi espina dorsal.


         – No te imaginas cuán excitado estoy, mi amor… Tenerte… Aquí, atrapada en mis brazos, débil, desnuda… Mía. Imaginaba que estar dentro de tí era hermoso… Pero esto… Esto… Es perfecto – Dijo James entre gemidos.

No sé cómo terminé aquí, con él… En esta situación.

Yo no era capaz de articular palabra. Estaba al borde de un éxtasis delicioso. James me llenaba, estaba suave, húmedo y tibio dentro de mí, sin dolor, sin molestias. Me encantaba que me dijera esas cosas a mi oído, que me hiciera sentir bella y especial en medio del sexo. ¿Era sexo? ¿O acaso había sentimientos de por medio? Él me había llamado “mi amor”, y eso no se le dice a cualquier persona con la que tienes este tipo de encuentros, ¿verdad?

En un momento determinado, mi cerebro cerró sus puertas y se fue de vacaciones. Puso un letrero que decía “Cerrado por exceso de éxtasis y placer”. Mi yo racional se fue de copas con mi subconsciente. Había guardado sus gafas de medialuna, y sacó unas de sol, al estilo aviador. Juntas se fueron en un convertible a todo dar. 

     Abracé ese cuerpo grande y masculino alrededor del cual mis piernas hacían un lazo posesivo.    

  Ja… James… - Alcancé a decir. (¡Sí! ¡Por fin pude articular palabra!)

-     Michelle… - Dijo, y me besó en los labios.

Apoyé mi frente en la suya empapada de sudor. Me embestía suave y fuerte al mismo tiempo. Apretaba mi pequeño trasero como si se tratara de sujetar su vida. Halaba mis largos cabellos, los apretaba en un puño… Luego me recorría la espalda trazando caminos largos, sensuales, dibujando líneas abstractas. Mis pechos se apretaban a los suyos, aplastados y felices, sin protestar. Dios mío, su pecho…Era mullido, suave, poderoso, musculoso… Simplemente espectacular. Mis caderas se movían solas, al compás de las suyas, en un baile sensual,  peligroso y placentero.
No podíamos más de placer. Lo sentí temblar, estremecerse, gemir y suspirar. Llegamos juntos a ese instante mágico, y lo sentí derramándose dentro de mí, caliente, abundante… Haciéndose, como suelo decir… Inolvidable

Me apretó de tal forma que pensé que me iba a hacer daño, sentía sus dedos enterrarse en mi piel, y luego nos abrazamos, aún unidos, recostando la cabeza en las almohadas. Todo se veía medio borroso, y afuera, parecía escucharse lluvia.
Sólo se escuchaba el ritmo de nuestras respiraciones aceleradas.
Él, en un acto tierno, me acarició las mejillas, el pelo… Y me dijo: - Te quiero. Siempre te he querido. Y seguramente estás pensando por qué te dije “mi amor” – Dijo sonriente, satisfecho, feliz. 

-         ¿Por qué…? – Comencé a decir.

Precisamente en ese instante, me despertó la luz de la luna que entraba silenciosamente por la ventana. Las cortinas se mecían al compás de la brisa nocturna. Me estrujé los ojos, y de pronto… Me asusté. Me sentí extraña.
Era… ¿Un sueño? ¿Hicimos el amor… En sueños?

Mi yo racional y mi subconsciente volvían a sus oficinas cerebrales a retomar sus labores, pero ambas estaban ebrias. 

A ver, Michelle Collingwood… Comienza identificando dónde demonios estás.

Número 1: ¿Dónde estoy? No estaba en mi pequeña habitación, hasta lo que podía alcanzar a ver. 

Bien… - Pensé con sarcasmo.

Número 2: Identificar dónde estoy. ¡Maldita sea! ¿Dónde estoy? ¿Dónde está Manchas? 

Me giré, y mi cara dio de lleno con otro rostro muy familiar, angelicalmente dormido: Estaba en la cama de James Dampler… Con James Dampler.
En una cama ajena. En la cama de un hombre. Y no cualquier hombre.
James Dampler. 

“Sí, el del pecho lindo de hace rato. El sexy. El que estaba desnudo, penetrándote una y otra vez…”
¡Dios mío, Michelle! ¡Genera un poco! ¡Reacciona! –Me recriminé a mí misma por mi falta de raciocinio. Por Dios… ¿Qué estaba pasando? ¿Habremos tenido sexo de verdad? Estaba somnolienta y agotada. El pánico se apoderaba de mí. Sentí mis ojos calientes, y presentía que las lágrimas se asomaban para salir. 

-        – Oh no… - Dije en un susurro.

En ese momento, una mano grande y masculina, tomó una de las mías, que apretaban las sábanas de manera autoprotectora e infantil.
-         Hey… - Susurró.

-      – JAMES… Disculpa… James… ¿Tú y yo hemos…?   

    – Aunque muero por hacerlo… No Michelle, no hemos tenido sexo. – Contestó con una sonrisa torcida y lujuriosa. Y tocó la punta de mi nariz con su largo dedo índice.

Un suspiro de alivio se escapaba de mis labios, prácticamente de forma automática. Él se incorporó. Estaba despeinado. Se pasó una mano por los cabellos, y dejó entrever su camisa abierta hasta el abdomen.

“Dios… Qué abdomen…” - Pensé. 

Tragué saliva y aparté la vista. Deben ser los restos de alcohol. Sí, eso debe ser. Seguramente mi yo racional estaba sacando la mayor cantidad posible de alcohol de sus oficinas cerebrales, con una de esas escobas con goma que se usan para sacar agua de las casas inundadas. 

-         ¿Dónde estamos? ¿Qué hago aquí? ¿Dónde están Diane y Brian?– No pude evitar sonar angustiada.

James se incorporó, tranquilo, atándose la correa. Por la cinturilla de los pantalones se asomaban unos calzoncillos negros que se ajustaban muy bien a la cintura de su dueño. 

-         Tranquila, Mich. Diane y Brian se adelantaron, porque ella no se sentía muy bien. Al cabo de un rato, cuando te llevé de vuelta a casa, no pude comunicarme con ellos. Luego Brian me llamó, pero ya estabas dormida y por eso te traje aquí. Bienvenida a mi humilde habitación. Te diría que te pusieras cómoda, pero ya lo hiciste tú misma – Comentó sonriendo pícaramente, y bajando la vista hasta mi falda ausente.

    – ¡¿Pero qué demonios?! – Exclamé. Me tapé con las sábanas, y sentía mis mejillas arder de la vergüenza.  – ¿Dónde está mi falda? ¿De verdad me la quité yo misma?

   –  Sí… Está doblada en esa silla – Contestó él con humor, riendo a carcajadas. – Te la quitaste tú misma. Dijiste: - “Jim, me voy a quitar la faldita… Estoy incómoda con ella.” Confieso que me deleité bastante mientras lo hacías. Quería ayudarte porque te veías linda y torpe, pero luego pensé que seguramente ibas a culparme de habértela quitado, así que me limité a disfrutar del espectáculo. – Concluyó.

 Llevé mis manos a la cara. Los mareos habían cesado, pero me sentía mal emocionalmente. Al otro extremo de la habitación, James se apoyó de la pared. Tenía la mirada perdida puesta en la lejanía que se apreciaba por la ventana. 

-        Te conozco. Te sientes mal. Escucha… - Comenzó, aproximando su alta figura hacia mí. Se sentó al borde de la cama, poniendo en mis manos mi famosa falda. – Aquí no ha pasado nada. Simplemente bailamos un poco, y bebimos bastante. No estoy ebrio. Y estoy consciente de la situación que has pasado los últimos días. Debo pedirte disculpas si te he ofendido o si en algún momento parecía querer propasarme contigo. Pero, debo ser franco y sincero. Han habido muchas mujeres después de ti… Pero ninguna como tú. Te sigo queriendo igual que siempre, y aunque suene egoísta, me alegra saber que estás lejos de Michael Locke. Él no es mal chico, pero tiene muchos problemas, y por esos problemas, no puede cuidarte.

Yo escuchaba su discurso con atención. Sentí su mano acariciar mi barbilla con delicadeza.

-     - Sé que sabes que me gustas, que me vuelves loco… - Dijo sonriendo tiernamente, tal vez un poco avergonzado por haber revelado tanta información confidencial.
Cuando James me decía “Me vuelves loco”, me volvía loca a mí también. Me derretía por dentro. Era tan sincero… Tan humilde, tan expresivo. 
       
     –   Lamento traerte problemas, y que tengas que lidiar con una chica borracha a las 4 de la mañana… - Dije avergonzada. – Me gusta estar a tu lado, James. Me siento tranquila. – De acuerdo, de acuerdo, chicos, tal vez no tan tranquila. Al contrario, era inquietante, perturbador. Quería hacerle el amor de todas las maneras posibles, habidas y por haber. Estos pensamientos son tan vergonzosos… Están en la zona prohibida de mi cerebro, esa que tiene acceso restringido. No me gusta mucho revelar esos detalles de necesidad primaria, por eso prefiero simplemente guardármelos.

-         Mañana será otro día, preciosa. No eres molestia alguna. Al contrario, es todo un placer. Mi cama está de fiesta. Te extraña desde la última vez que estuviste aquí. Nunca había tenido una mujer tan hermosa sentada ahí. Te traeré algo de tomar. – Dijo sonriente.

Aquí vamos con lo de preciosa otra vez. Dios…

Parecía satisfecho. Juraría que casi lo vi dando saltitos en el pasillo. Seguramente estaba imaginándome cosas otra vez. 

Me tumbé nuevamente. Cerré los ojos. Sentía que el mundo iba demasiado deprisa a mi alrededor. En pocos días tenía que volver a mi triste realidad. Debo confirmar mis sospechas respecto al paquete con polvo blanco, y finalmente, enfrentar a Michael. No quería verle. Prefería quedarme aquí, o en casa de Diane. Creo que incluso prefería la compañía de Manchas, que es mucho decir. Era un gato gordo, egoísta y altanero, pero era muy lindo y siempre me visitaba. Ya por eso lo quería bastante, podría decir. Suspiré, tomando una bocanada de aire, una y otra vez. El sueño y el cansancio tomaban poder sobre mí. En ese instante entró James. Estaba sin camisa, y con unos pantalones de pijama. Se había aseado y cambiado.

Sin camisa.

James estaba sin camisa. Con su torso musculoso y bello, al aire. Frente a mí. Dios… Debería haber una ley que prohibiera a los hombres como él pasearse así hasta en su propia casa. 
      
      – Tómate esto. Te hará bien. Te traje una de mis camisetas limpias por si te quieres cambiar… No te asustes… Dormiré en aquél sofá de la esquina. – Dijo con una sonrisa.

-         – Muchas gracias, James. – Comenté, y sonreí sinceramente. – Gracias por ser tan gentil, y gracias por tus atenciones. Eres un ángel.

O un demonio, quién sabe. Los ángeles no tienen ese torso que llame tanto al pecado. Él salió de la habitación, me cambié, me tomé el jugo que me había traído, me hice una coleta en el pelo, y me acosté.

Minutos después, entre sueños, juraría que sentí unos labios exquisitos rozando los míos en un beso dulce, prácticamente casto.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Historias de Michael y Michelle

-20-

Relatos nuestros


-         –  James vive en el piso de abajo desde hace unos meses. Trabaja mucho, pasa muy poco tiempo en su apartamento, y de vez en cuando viene a comer o a ver películas con nosotros. 

Diane me comentaba sobre cosas sin importancia aparente mientras se ponía rímel en las pestañas. Su ondulado pelo cobrizo se veía brillante y saludable. Lo llevaba recogido en un moño para soltárselo luego de terminar de maquillarse.

Yo por mi parte, trataba de dejarme llevar y animarme un poco. Esa noche, íbamos a salir Brian, Diane y yo a tomar unas copas. Ella me llevó de compras, e increíblemente lograba hacerme sentir mejor. No había vuelto a hablar con Michael desde aquella fatídica noche. Me consumía la curiosidad por saber sobre él. Estará comiendo bien? Habrá dormido los suficiente? Todavía me quedaba la incógnita de ese paquetito de povo blancuzco que aún guardaba en un rincón de mi bolso. Sin embargo, por el momento entendía que no saber sobre él, era lo mejor. El otro día escuché a Brian que le comentaba a Diane que Michael se encontraba tranquilo, que se imaginaba que yo querría mi espacio, y que seguramente estaba aquí con ellos.

Olvidé a Michael por un momento para dedicarme a mi presente.
Me puse un top corto y ajustado, y una falta a la cintura, muy bonita. Me dejé el pelo naturalmente suelto, y me coloqué un poco de maquillaje. 

-          – ¡Déjame Mich! ¡Me gusta maquillarte! – Dijo Diane cuando me veía colocarme el brillo de labios.
Nuestra femenina conversación se vió interrumpida por Brian, cuando asomando su cabeza de pelo marrón oscuro, dijo: - Chicas… Se nos hace tarde. ¡Apresúrense!

Terminamos de maquillarnos, tomamos los bolsos y salimos. Yo iba detrás de Diane, sintiéndome un poco insegura con esta ropa de última moda. 

-        –  Te ves muy sexy – Le murmuró Brian a su novia Diane cuando la vio. Le dio un apretón en el trasero que prometía más de lo que podía imaginarme.

Aparté la vista un poco avergonzada, y sonreí. 

Salimos del apartamento, y afuera nos esperaba alguien.

¡Diablos, diablos, diablos!” No entiendo por qué me perturba tanto verle. En verdad, no entiendo.

Era James.

Llevaba una camisa ajustada de cuadros de color azul verdoso que acentuaba muy bien sus ojos. Tenía un colgante en forma de cruz cristiana. Al parecer le gustaban mucho las cruces. Un colgante, un tatuaje en el antebrazo en forma de anj, la cruz egipcia, y otro más debajo de la nuca. No me pregunten como sé que tiene este último. La vista es libre, y los ojos se mueven muy rápido cuando una chica tiene un encuentro accidental con un antiguo amor medio desnudo.

-          - Hola – Dijo sencillamente, y me sonrió con cariño.
-          –  Hola James. No sabía que venías. Estás muy bien.
-          No se supone que me lo digas primero. Estaba saliendo de mi ensimismamiento antes de decirte que luces impresionante. – Añadió.

Les actualizo un poco: James fue mi primer amor. Nos conocimos cuanto éramos niños, y tuvimos un romance muy lindo cuando estábamos en la universidad. Es ingeniero en sistemas, es terco, pícaro, buen chef, y excelente bailarín. Escucha de todo un poco, pero es muy rockero. A veces es rebelde, arriesgado, y tiene un sentido del humor exquisito. El tiempo pasó, nos separamos, tuvimos encuentros esporádicos, algunos muy intensos. El tiempo volvió a pasar, él salió con otras mujeres, yo salí con Michael. Michael y yo nos mudamos, hicimos el amor, peleamos, hubo violencia, y bueno, según la línea del tiempo que tengo en mi cabeza mientras les cuento, aquí estamos en el día de hoy, sábado 22 de septiembre. Y me sudan las manos, y me tiemblan las rodillas, como cuando estaba en la universidad. 

No me gusta sentirme tan nerviosa en su presencia. Mi mirada no dejaba de posarse en su torso encamisado. “No es justo, no es justo” – Decía mi “yo” interior más recatada, mientras se tapaba los ojos con las manos, avergonzada. 

-         –  Bueno, ¿y qué esperamos? ¡Vamos! – Dijo Diana, muy animada

¿    - ¿Por qué no me dijiste que James venía con nosotros? – Le pregunté, ligeramente molesta.
-        – Está soltero. Es gracioso… Y aun le gustas. – Dijo ella, arrastrando estas últimas palabras intencionalmente. 
-         No estoy de ánimos para estas cosas, Di. – Le dije.
-         – No me malinterpretes, Mich. James es un buen chico, y te puede hacer reír. Míralo como una buena compañía, no más. Se trata de que la pases bien. Piénsalo – Comentó, tratando de parecer sensata y madura.
-         – Eso trataré – Añadí con voz cansina, dándome por vencida. 

Llegamos a “Move it”, un lugar muy animado donde ponían todo tipo de música, haciendo alarde a su nombre, para que todos “se muevan” a su gusto y disfruten de un buen rato.

Cuando entramos, el lugar estaba abarrotado de gente, y sonaba una salsa muy pegajosa. James me tomó de la mano, y murmuró apresuradamente: “Es para no perderte… Hay mucha gente aquí”
-          – Está bien – Le respondí sin más.

Nos dirigimos a la barra, y pedimos algo de tomar. Brian, como siempre, nos hizo reír con sus chistes, acompañados por los de James.

-         ¿Es eso una sonrisa, blondie? – Me preguntó Brian, con humor
-          – ¡Sí, creo que sí! – Añadió Diane, aplaudiendo contenta.

Y sonreí. Me sentía bien. Libre. Feliz. Pedimos otra ronda de tragos.
Y otra.
Y otra.

Diane y Brian se dirigieron a bailar, y nos tomaron de las manos para unirnos a la multitud que hacía tumultos en medio de la pista. Tocaban una canción bastante animada, y muy sexy.
La música sonaba, y los ojos azules de James se enfocaron en unas chicas muy guapas que bailaban provocativamente en el centro del bar, lanzándole miradas lujuriosas al semental que se encontraba a mi lado. 

-          – ¿Te deleitas la vista? – Pregunté contenta.
Volteó los ojos y seguido los fijó en mí: - Ahora sí me la estoy deleitando. – Dijo, con una sonrisa lobuna.

Me sentí enrojecer hasta la punta de las orejas. Torcí lo que intentaba ser una sonrisa, y dí un trago largo y profundo.

-          ¡Hahahahaha! Despacio, preciosa, despacio – Dijo James riendo, y alejando la copa de mis labios.
Sonreí nuevamente, avergonzada, y atragantándome con el alcohol. Me gustaba que me llamara "preciosa". Viniendo de James, parecía que de verdad yo era preciosa.

Pero, me atraganté con un Cosmopolitan... “Dios, que vergüenza” – Pensé. 

Luego, nos mezclamos con la multitud.

Al cabo de unos minutos, otra melodía comenzó a sonar, y quedé frente a él. Me miró, arrugando el entrecejo, y me abrazó, diciéndome al oído “Concédeme ésta… Sólo esta pieza, por favor”.
Sus palabras parecían casi un ruego, y mi cuerpo se dejó arrastrar por esas manos grandes que suavemente me acercaban al suyo. Me dejé llevar por el que alguna vez fue mi gran amor.

“Me and Mrs. Jones”, de Michael Bublé, era la canción que sonaba.

 
El olor de su colonia invadía mis sentidos, y apoyé mi cabeza en ese rincón exquisito entre su cuello y su hombro, apretando de manera casi instintiva sus negros cabellos. Muchas escenas me pasaron por la mente, como una película en full color. Imágenes nuestras, besos, días felices, sin violencia.

-          – ¿Qué haces James? – Pregunté, sin más.
-          –  ¿A qué te refieres? – Dijo él, en un hilo de voz.
-          – ¿Qué haces? ¿Haciéndote inolvidable? – Dije.
-          – Más o menos. Trato de ponerme a tu nivel: Tú ya lo eres. – Respondió, cerrando los ojos y enterrando su nariz en mis cabellos.

Me quedé sin habla. Era un hombre tan seguro, tan sensual, tan entregado. No era para nada presumido. Un poco egoísta, tal vez, pero humilde, pensaba siempre en el otro, y luego en sí mismo. Era sumamente atractivo, y de palabras muy embriagadoras.

Michael hubiera respondido con sorna, y sin pensarlo dos veces: “Yo ya soy inolvidable.”

- Bésame sensacional, Michelle. - Dijo James en lo que parecía un susurro sensual, casi una súplica. "Bésame, como tú lo sabes hacer, por los viejos tiempos, por este precioso momento que estoy viviendo contigo"

James se hacía inolvidable. Más inolvidable de lo que ya era. Me quedé muda, sin nada que pensar o qué añadir.

Cerré los ojos. Tal vez era el alcohol, pero, por un momento después de tanto sufrir, volvía a ser feliz.