martes, 13 de diciembre de 2011

Historias de Michael y Michelle

- 15-

Fragmentos de aquellas crónicas


Cuando fuimos a visitar a la pecosa Katie Hershel, su casa era un completo desorden. La ropa lavada, los platos sucios, los libros de periodismo amontonados, el perro esperando a que le dieran de comer... Un caos.

- Solo espérenme un momento más, y les abriré camino entre toda esta basura. - Nos dijo a todas.

Diane con cara de desaprobación, y al mismo tiempo de "no tiene remedio" agregó con voz cansina: - Por supuesto... Nosotras estaremos aquí en un rincón, a menos, claro, que quieras que te ayudemos a salir de este lío para comenzar a ver la película. Una vez que Katie estuvo de acuerdo y no disimuló su entusiasmo por encontrar un poco de ayuda, Sarah, la pelirroja, Diane, mi amiga con ojos color bosque, Theresa la punk girl, y yo, nos pusimos manos a la obra.

Mientras ayudábamos a Katie a ordenar un poco, entré a su muy azulada habitación para depositar sus zapatos. A leguas se notaba que era su color favorito, porque estaba hasta en el vaso con agua que suele llevarse a la cama antes de dormir.

Normalmente, ella no era demasiado esmerada o buena ama de casa. Más bien su fuerte era levantarte el ánimo, entenderte y hacerte ver que siempre aparece un motivo por el cual sonreír. Sin embargo, había algo en su desorbitada mirada que me tenía inquieta. Y allí, en un rincón de su sofá color añil, un ejemplar de "Crónicas tuyas, mías y de otros demonios" de Jay Ceah, una de las autoras más adictivas de los últimos meses, yacía resignado y con un marcalibros casi justamente a la mitad.

Tomé con cautela y curiosidad el tan afamado libro. Tenía una portada sencilla, pero, parecía guardar más de lo que aparentaba. En ella se veía una pradera, con césped seco y cielo nublado. A lo lejos, bajo un árbol prácticamente carente de hojas, se encontraba un libro viejo, y una rosa marchita. La imagen en conjunto desprendía lo que parecían vestigios de un romance olvidado, inexistente o bien, melancólico.

Lo abrí... Allí donde parecía que ella estuviese leyendo:

"Ese fatídico día, dejé en tu piel una inscripción, grabada con sangre, miel y veneno. Plasmé en tí mi ser, dejé contigo parte de mi ternura y al final, descargué toda la rabia que tenía contigo. A tí, hombre de actitud abierta, pero cerrada; actor de tu propia obra, músico de las cuerdas de tus miedos y pintor abstracto del lienzo de tus congojas.

Tú, en quien quería abandonar mi alma en un pasado, parecías un extraño. Mientras sonreías a los demás con renovada alegría, a mí no parecías dedicarme más que sombras talladas con absoluta angustia y desprecio. Tomabas manos ajenas, abrazabas y acariciabas otros cuerpos... Y yo era solo a quien lacerabas y herías, sin apenas darte cuenta. Tu ignorancia fue, mi amor, el dardo más vil jamás lanzado, aun cuando hasta ayer éramos cómplices de los momentos más promiscuos, desenfrenados, pero maravillosos de los que la ciudad de Londres era fiel testigo. No obstante, aquel viejo pub, donde te ví amando ninfas y otras beldades desconocidas, ese, que tenía un callejón mohoso y húmedo a la izquierda, fue uno de los tantos escenarios donde nuestras pieles gritaban lascivia, amor y sentimiento.

Te confieso que aun no me recompongo del hechizo de tus ojos color acero. Hubiera dado todo por exorcizarme de ellos en este preciso instante, porque, para ser honesta, me faltan fuerzas (y ganas) para escaparme de tan fiero maleficio.


Entonces, bajé la cabeza. Mis cabellos color chocolate hacían bromas en mi frente y el viento... El frío calaba en mí y no sabía a dónde ir. No tenía dónde alojarme, y cargaba con un pequeño bulto de cosas básicas, y el peso de tu malogrado recuerdo sobre mis hombros.

Suspiré. Abracé el vacío. Le hice el amor... Como tantas y tantas veces lo he hecho. Sentí cómo se tragaba mis tan pocos restos de alegría, me hacía suya, me sonreía de manera negra y siniestra. No sabría precisarte si las lágrimas, que nueva vez abandonaban mis ojos, eran por tí o por la brisa helada.

Y justamente aquí estoy. Cerca del lugar en donde te ví por primera vez con este par de ojos llorones, y anhelantes de algo que nunca parece ser. El lugar que, por ahora, no mencionaré, dado el hecho de que..."

Mi lectura se vio interrumpida por un chirrido suave que significaba la entrada de Katie a la habitación. Me sonrió un poco avergonzada y dijo: - Veo que has descubierto el motivo del desorden. No he podido despegarme de ese libro.

- Sé bien lo que es sentirse atrapada por las garras de un libro, - añadí sonriente.

Luego, ella lo tomó suavemente de entre mis manos, y dijo: - "Puedo prestártelo cuando termine, si quieres." Dicho esto agregó un comentario al aire sobre las manchas que se pegan de espacios entre los mosaicos, y siguió murmurando cosas innteligibles sobre solo Dios sabe qué.

En mi interior, preferí reservarme el nombre en el que creo que ella piensa cada vez que lee una de las líneas sombrías y amorosas de Jay Ceah.

Era, sin duda, James Dampler.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Any suitable title...

And then, my heart finished exploding. I just felt how many little pieces got thrown away in different directions of nowhere. They were colored in ashes, gray tones, and other awful things I'm not able to describe. That night, I experienced loneliness, disappointment, anger and wrath. Never imagined, never thought before, never expected to see all my eyes actually did. Love-caring attitude, admiration, and all those beautiful things that normally you feel without any reason apparently, just disappeared. Just flew away and started to see everything like if the world were a stranger.

Didn't know how to express it. Just wanted to. As simple as that. As simple as E = mc2.

I have had many days with all these weird thoughts hanging around in my head. But I'm almost done... I'm almost ready to spit it all out. And I'll do it in the worst way, because I already do not give a fuck... Beautiful things slowly stopped existing since I do not remember when.

Awful ideas... Insane thoughts... What's next?