martes, 13 de diciembre de 2011

Historias de Michael y Michelle

- 15-

Fragmentos de aquellas crónicas


Cuando fuimos a visitar a la pecosa Katie Hershel, su casa era un completo desorden. La ropa lavada, los platos sucios, los libros de periodismo amontonados, el perro esperando a que le dieran de comer... Un caos.

- Solo espérenme un momento más, y les abriré camino entre toda esta basura. - Nos dijo a todas.

Diane con cara de desaprobación, y al mismo tiempo de "no tiene remedio" agregó con voz cansina: - Por supuesto... Nosotras estaremos aquí en un rincón, a menos, claro, que quieras que te ayudemos a salir de este lío para comenzar a ver la película. Una vez que Katie estuvo de acuerdo y no disimuló su entusiasmo por encontrar un poco de ayuda, Sarah, la pelirroja, Diane, mi amiga con ojos color bosque, Theresa la punk girl, y yo, nos pusimos manos a la obra.

Mientras ayudábamos a Katie a ordenar un poco, entré a su muy azulada habitación para depositar sus zapatos. A leguas se notaba que era su color favorito, porque estaba hasta en el vaso con agua que suele llevarse a la cama antes de dormir.

Normalmente, ella no era demasiado esmerada o buena ama de casa. Más bien su fuerte era levantarte el ánimo, entenderte y hacerte ver que siempre aparece un motivo por el cual sonreír. Sin embargo, había algo en su desorbitada mirada que me tenía inquieta. Y allí, en un rincón de su sofá color añil, un ejemplar de "Crónicas tuyas, mías y de otros demonios" de Jay Ceah, una de las autoras más adictivas de los últimos meses, yacía resignado y con un marcalibros casi justamente a la mitad.

Tomé con cautela y curiosidad el tan afamado libro. Tenía una portada sencilla, pero, parecía guardar más de lo que aparentaba. En ella se veía una pradera, con césped seco y cielo nublado. A lo lejos, bajo un árbol prácticamente carente de hojas, se encontraba un libro viejo, y una rosa marchita. La imagen en conjunto desprendía lo que parecían vestigios de un romance olvidado, inexistente o bien, melancólico.

Lo abrí... Allí donde parecía que ella estuviese leyendo:

"Ese fatídico día, dejé en tu piel una inscripción, grabada con sangre, miel y veneno. Plasmé en tí mi ser, dejé contigo parte de mi ternura y al final, descargué toda la rabia que tenía contigo. A tí, hombre de actitud abierta, pero cerrada; actor de tu propia obra, músico de las cuerdas de tus miedos y pintor abstracto del lienzo de tus congojas.

Tú, en quien quería abandonar mi alma en un pasado, parecías un extraño. Mientras sonreías a los demás con renovada alegría, a mí no parecías dedicarme más que sombras talladas con absoluta angustia y desprecio. Tomabas manos ajenas, abrazabas y acariciabas otros cuerpos... Y yo era solo a quien lacerabas y herías, sin apenas darte cuenta. Tu ignorancia fue, mi amor, el dardo más vil jamás lanzado, aun cuando hasta ayer éramos cómplices de los momentos más promiscuos, desenfrenados, pero maravillosos de los que la ciudad de Londres era fiel testigo. No obstante, aquel viejo pub, donde te ví amando ninfas y otras beldades desconocidas, ese, que tenía un callejón mohoso y húmedo a la izquierda, fue uno de los tantos escenarios donde nuestras pieles gritaban lascivia, amor y sentimiento.

Te confieso que aun no me recompongo del hechizo de tus ojos color acero. Hubiera dado todo por exorcizarme de ellos en este preciso instante, porque, para ser honesta, me faltan fuerzas (y ganas) para escaparme de tan fiero maleficio.


Entonces, bajé la cabeza. Mis cabellos color chocolate hacían bromas en mi frente y el viento... El frío calaba en mí y no sabía a dónde ir. No tenía dónde alojarme, y cargaba con un pequeño bulto de cosas básicas, y el peso de tu malogrado recuerdo sobre mis hombros.

Suspiré. Abracé el vacío. Le hice el amor... Como tantas y tantas veces lo he hecho. Sentí cómo se tragaba mis tan pocos restos de alegría, me hacía suya, me sonreía de manera negra y siniestra. No sabría precisarte si las lágrimas, que nueva vez abandonaban mis ojos, eran por tí o por la brisa helada.

Y justamente aquí estoy. Cerca del lugar en donde te ví por primera vez con este par de ojos llorones, y anhelantes de algo que nunca parece ser. El lugar que, por ahora, no mencionaré, dado el hecho de que..."

Mi lectura se vio interrumpida por un chirrido suave que significaba la entrada de Katie a la habitación. Me sonrió un poco avergonzada y dijo: - Veo que has descubierto el motivo del desorden. No he podido despegarme de ese libro.

- Sé bien lo que es sentirse atrapada por las garras de un libro, - añadí sonriente.

Luego, ella lo tomó suavemente de entre mis manos, y dijo: - "Puedo prestártelo cuando termine, si quieres." Dicho esto agregó un comentario al aire sobre las manchas que se pegan de espacios entre los mosaicos, y siguió murmurando cosas innteligibles sobre solo Dios sabe qué.

En mi interior, preferí reservarme el nombre en el que creo que ella piensa cada vez que lee una de las líneas sombrías y amorosas de Jay Ceah.

Era, sin duda, James Dampler.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Any suitable title...

And then, my heart finished exploding. I just felt how many little pieces got thrown away in different directions of nowhere. They were colored in ashes, gray tones, and other awful things I'm not able to describe. That night, I experienced loneliness, disappointment, anger and wrath. Never imagined, never thought before, never expected to see all my eyes actually did. Love-caring attitude, admiration, and all those beautiful things that normally you feel without any reason apparently, just disappeared. Just flew away and started to see everything like if the world were a stranger.

Didn't know how to express it. Just wanted to. As simple as that. As simple as E = mc2.

I have had many days with all these weird thoughts hanging around in my head. But I'm almost done... I'm almost ready to spit it all out. And I'll do it in the worst way, because I already do not give a fuck... Beautiful things slowly stopped existing since I do not remember when.

Awful ideas... Insane thoughts... What's next?

jueves, 14 de abril de 2011

Historias de Michael y Michelle

- 14-

Instinto animal, agua, calor... Y sexo.


No es para nada sencillo haber pasado todo el día trabajando y que, al terminar la jornada, tengas el pesado compromiso de ir al gimnasio. Mis músculos, en todo el cuerpo, estaban en una especie de huelga permanente en la que no parecían querer ceder. Con mi larga cola al viento, unas lycras, una blusa spandex ajustada y mi mochila de deportes al hombro, caminé rumbo al dichoso lugar, sin demasiada convicción.

Las máquinas torturadoras me daban una bienvenida fría. El hecho de tenerlas al frente era ya de por sí algo un tanto intimidante; pero todo era por una buena razón. A mi alrededor, el panorama era muy diverso: Una señora regordeta que miraba sus kilos de más con cierto desdén, un chico delgado con aire deprimido, un fisico-culturista que parecía estar muy a gusto con la máquina más cruel de todo el lugar, y una chica guapa, de enormes pechos, pelo rizado y un tatuaje en el hombro que miraba con ojos devoradores a los personal trainers que estaban de turno.

Llevé a cabo mi rutina correspondiente y caminé con aire cansino a casa.

Pensar en el hecho de que tengo que bañarme, preparar la cena, comer y acostarme parecía ser la tarea más difícil jamás cumplida por la humanidad. Desée ser más fuerte, más resistente y más decidida. Tenía la mala costumbre de dejarme caer por la aplastante fuerza de la rutina, el aburrimiento y el stress del día a día.

Giré el picaporte al llegar a casa. Un olor a carne frita llenaba la estancia y busqué afanosamente con la mirada algún rastro de Michael. Muy al fondo, escuché algo parecido a Guns n' Roses. Y allí, sin camisa y con unos jeans viejos, estaba él, parado frente a la estufa.

Me miró con ojos de sorpresa, estiró una mano hacia mí, y me dedicó una sonrisa.

- Bienvenida a casa, niña... - Me dijo.

- Gracias. Parece que algo huele muy bien aquí. ¿Hoy no hay que llamar a los bomberos, verdad?
- Bromée.

- No creo. Pero si lo que necesitas es una manguera, yo tengo una. Y con mucha agua, debo decir. Solo que, la tarea de hacer salir toda esa agua, depende de tí. Pero te aseguro, sin lugar a dudas, que puede apagar el fuego. - Comentó, esta vez con un dejo de malicia en su sonrisa torcida.

- "Qué terrible es..." - Pensé por mis adentros. Me sonrojé de manera involuntaria, y sentí un escozor en mi nariz.

No se si era yo, pero esa noche en especial, él parecía terriblemente irresistible. Sexy, peligroso y dominante. Sus brazos tatuados lucían una piel algo brillante por el calor impregnado en la cocina, y sus mejillas adquirieron una ligera tonalidad rosa por esa misma razón. Lo miré de un modo que mi madre seguramente habría desaprobado y toda una película de imágenes eróticas pasó por el lado mórbido de mi mente. Él, mientras tanto, pareció advertirlo, así que dije:

- Me voy a dar un baño para probar, sea lo que sea que estés cocinando. Me muero de hambre.

Al volverme, de repente sentí la presión de su mano rodeado mi muñeca. Colocó el cucharón de freír junto a la carne recién cocinada, se acercó, me tomó por las caderas y me dijo: "Yo también. Pero tengo hambre de sexo. De TU sexo."

Sus labios explotaron en una pasión frenética y contenida; dejando huellas de fuego allí donde se posaban. Y me dejé tomar por él, una vez más. Quería ser completamente suya. Quería encadenarme a su cuerpo caliente y a su virilidad erguida. Entonces, me despojó de mi ropa de gimnasio, casi con furia. Con instinto animal.

Ambos teníamos una necesidad tan fuerte que parecía envejecida y recíen rejuvenecida al mismo tiempo. Redescubrimos nuestros cuerpos, tocándonos, y explorándonos uno al otro, como si nuestras vidas dependieran de ello, y no quedara nada más en el mundo que hacer. Me levantó en volandas y yo saqué fuerzas de donde no tenía para enroscar mis piernas alrededor de sus recién desnudas caderas.

Me besó. Una y otra vez... Tanto que mis labios dolían y los sentía palpitar, mientras perdíamos el control, uno en manos del otro. Él sacudía su cuerpo y sus entrepierna me embestía cada vez con más fuerza y más potencia.

Sin darme cuenta, habíamos entrado en el baño, abierto la ducha, mientras el agua caía... Y nuestros cuerpos mojados pedían cada vez más y más.

- Eres tan endiabladamente deliciosa... - Murmuró entre gemidos. - Quiero poseerte y entrar cada vez más dentro de tí... Eres suave, caliente... Y mía.

Yo escuchaba sus palabras en una órbita desconocida. Como a lo lejos.

Enterré mis uñas en sus hombros y el respondió con una mordida en mi labio inferior. Y así, tan excitado como estaba, volvió a hablarme; esta vez para reprocharme y decirme:

- Pareces una fierecilla a la que hay que domar cada vez que te hago perder el control...

Sentía mi cara (y otras partes de mi cuerpo) arder en llamas. Michael gimió, lanzó un gruñido áspero, y se derramó dentro de mí. El éxtasis vino, y mi cuerpo era un mar de sensaciones indescriptibles... Mientras él dejaba caer todo el peso de su cuerpo sobre mí, aún con nuestros cuerpos unidos, sentí cómo me inundaba la paz.

Al fin, la tormenta había pasado.

Yo me apoyé en él. Él me acarició y me abrazó a su cuerpo con fervor... Y yo me sentía protegida, segura, amada y feliz.

Muy, muy feliz.

Luego recuerdo que nos secamos y caímos rendidos, así acurrucados entre las toallas mullidas.

Adoraba abrazarme a él. Adoraba que me amara y me protegiera de todo y todos, porque en sus brazos podía sentír que nada malo podía pasarme y las preocupaciones, simplemente, no existían.

Después de esas divinas sensaciones, no recuerdo más nada, salvo haberme dormido con una sonrisa dibujada en mis labios, y mi cara apoyada en su pecho.

lunes, 11 de abril de 2011

Historias de Michael y Michelle

- 13-

Un pedazo de sentimiento pegado a mi espejo

Desperté sin mucha convicción muy temprano en la mañana; lista para ser presa de la rutina de mi trabajo una vez más. Sentía mi pelo rubio enmarañado obstruyendo mi campo visual, y con gesto cansino, lo iba retirando de mi cara.

Como era de esperarse, Michael no estaba en la cama, pero oía el agua caer en el baño. Por lo visto se había levantado (como casi siempre) primero que yo.


Fui al tocador, y en el espejo, había una notita con trazos descuidados, en la que se leían las letras de uno de mis cantantes favoritos de los 80's latinos: Emmanuel. Ese mexicano que provocaba en mí escalofríos con sus letras sensuales, suaves y dulces. Se convirtió en mi amor platónico la primera vez que lo oí una tarde en el tocadiscos de mamá. Una amiga de su infancia, le había regalado el casette, y mi madre hablaba muy bien el español, por lo que, me había dado lecciones gratis. Y caí, rendida a sus letras, a su melodiosa voz, una mezcla entre potencia masculina, y el dulzor de la sensibilidad poética. Lo escuché toda la semana, busqué su biografía, otras canciones... Y un fragmento de mi favorita, estaba allí pegada en el espejo, sin título, solo las letras. Él sabía que la reconocería de inmediato:

Voy a hacer una ronda por tu cumpleaños
Un poema mil veces por año
Y así me entiendas cuanto te amo

Silbaré como silba un jilguero en el día
Borrare todas tus pesadillas
Y en tu boca me refugiaré

Buscaré tierra nueva en el campo
Le rezaré a un santo al atardecer
Nadaré mar adentro y en tu milla
Y de una costilla te haré mi mujer
Han crecido en tu piel girasoles
De tu vientre nació mi motivo:
Sentirme vivo

Voy a ser el que siempre te amarra el zapato
El que cuide de ti cada paso
El que ponga sabor a tus labios

Silbaré la canción de recuerdo en el día
Y en la noche te haré manzanilla
Para verte dormida en mi piel...
Abajo, en letras grandes, estaban sus iniciales: M.L. Ví como me sonrojaba frente al espejo, y apreté la notita contra mi pecho. En ese momento, un ruido suave me sacó de mi ensimismamiento. Él salía del baño, con sólo una toalla azul marino rodeando sus caderas exquisitas. Con otra más pequeña se secaba su pelo negro mojado, y lo más interesante... Una sonrisa sexy dibujada en los labios.

- ¿Ocurre algo? - Preguntó. Y sonrió. Como sólo él lo sabe hacer. Con esa sonrisa que me vuelve una loca irremediable y perdidamente enamorada.

- Ocurre de todo, Mickey... - Y me lancé a sus brazos.

Me mojé por las gotas que aún corrían por su piel. Pero valió la pena.

Aunque me ahorro los detalles de lo que pasó después, algunas cosas es mejor censurarlas... Al menos por el momento.

lunes, 4 de abril de 2011

Historias de Michael y Michelle

- 12-

El baúl de los recuerdos negros



La mañana del sábado transcurría tranquila y gris. Me levanté temprano y, como no había demasiado que hacer, me dediqué a organizar la habitación que Michael y yo compartíamos. Saqué de un cajón polvoriento los libros que usé mientras estaba en la universidad. Historia del Arte, Civilizaciones antiguas, Grandes pintores del siglo XX y otros muchos títulos traían a mi mente meses y meses de horas de lectura, y noches sin dormir. Me licencié en artes y estaba feliz por eso.

Sin embargo, el día de mi graduación, hace dos años ya, no fue precisamente el mejor día de mi vida. Sufrí, como muchas otras veces de una "idolatría anticipada", como solía pasarme con unas cuantas cosas en mi vida. Soñé con ese día una y mil veces. Pero perdí mis honores de la manera mas trivial y estúpida por una materia en la que cojeaba y en la que dejé más parte de mi cerebro de la que me gustaría admitir.

Ese día, vi destruído uno de mis sueños más preciosos, un asunto que ningún ser vivo entendería. Para los demás, se trata de un mérito. Para mí, era, más que una meta... Un tesoro. Lo tenía tan celosamente cuidado como si de cristal se tratase, y con la misma facilidad, se rompió en miles de
pedazos diminutos que, para colmo, volaron lejos de mí.

Nunca nadie tendrá ni la más remota idea de lo terrible que fue para mí asumirlo. Fue (y lo digo sin lugar a dudas) el momento en el que más triste me sentí en toda mi joven vida. Recuerdo que al salir de la facultad ese día para comprar unas cosas y volver a mis habitaciones, un automóvil me cruzó cerca y me enojé porque no había tenido la insensatez de atropellarme. No quería estar en ningún lado. Con nadie. No quería pensar. Tanta fue la desesperación y la horrorosa sensación de pérdida, que sentí cómo me subía la fiebre y mis labios entristecidos murmuraban para mí misma palabras suicidas y sin mucho sentido a través del manto de lágrimas que cubría mi rostro.

Era la primera vez que sentía cómo algo se convertía en mi fantasma. Sencillamente no tenía defensas para contrarrestar los ataques de mis compañeros cuando decían: "Pensé que te graduarías con honores. ¡Que mal! ¡Y tan aplicada que te veía en las clases!" Las palabras ponzoñosas de la gente, sin saber qué tecla de mí estaban tocando, hacían que mis heridas emocionales me escocieran de una manera descomunal. Sólo atinaba a sonreír con una amargura evidente y murmurar: Qué puedo decir... Increíblemente, no soy perfecta". Los días así, con la mera alusión al tema, eran un completo desastre para mí.

Esa experiencia incluso sacó de mí, un lado que hasta antes yo desconocía. No sabía lo que era el odio o el rencor, hasta que fui testigo fiel de la vana y falsa justicia de los hombres. Me dolía el hecho de ser justa y siempre tratar de hacer las cosas bien, cuando, muchas veces, los chicos del bando de los malos corrían con más suerte que yo. Experimenté sentimientos tan intensos como el odio. Siempre consideré inapropiado maldecir, e inconscientemente, yo maldecía una y un millón de veces a aquel hombre que me arrebató lo que, desde hace tantos años quería. Deseé el peor de los males para su vida. Quería gritarle a las autoridades eclesiásticas y académicas de la universidad, muchas de ellas hipócritas y corruptas, que sus ideales eran una basura, y que su sistema de mierda, era una porquería contraproducente en el que muchos estudiantes
compraban notas, manipulaban y sobornaban gente, otros rompían matrimonios teniendo sexo adúltero y pavoneándose por los pasillos, orgullosos por el hecho de haberse revolcado con más de un profesor con el fin de obtener buenas calificaciones.

Quería patearles la cara a todos mientras le decía lo ciegas e insólitas que eran muchas de sus reglas. Hacerles saber que, muchos de ellos, compartían mesa con políticos de actitud altanera, que con discursos nauseabundos carcomían la mente de los ignorantes con el fin de satisfacer su codicia desmedida, sin darse cuenta de lo mucho que manchaban los ideales de justicia, humanidad y patriotismo que una vez tenían nuestros antecesores... Y del asco que producen cada vez que lastiman gente inocente, de una u otra manera.

Y yo, la chica fiel a sus principios y a sus valores, confiando en que con esfuerzo, empeño y tal vez algo de suerte podría conseguir mi sueño bello y atesorado... ¡Que utopía! Yo siempre de idealista empedernida, quien aún cree en la bondad de la gente, en la compasión, en el hecho de de, aún existe la posibilidad de que los seres humanos nos amemos y ayudemos, en el sexo hecho con amor de verdad, en las buenas costumbres y en que todo siempre puede mejorar.

Lloré. Como infinitas veces lo había hecho. Sintiendo una fuerza opresiva en mi pecho que me obligaba a no contener las lágrimas que caían casi por voluntad propia. Visité los psicólogos, escuché las palabras sabias y consoladoras de padres, Michael, amigos...

Nada.

Entiendo lo que dicen, pero no me entienden a mí. Me reconfortaban y me tranquilizaban por periodos de tiempo que se alternaban entre largos y cortos. Para ellos, mis honores no son lo que una vez fueron para mí. No me importaba que fueran públicos, simplemente que mi título lo tuviera, recordándome que podía alcanzar todo cuanto me proponía era suficiente. Con que mis padres intercambiaran miradas de orgullo entre sí, y los viera sonreír henchidos de alegría por mí, era suficiente. Ver cristalizados mis esfuerzos, estaba bien. Ser diferente estaba muy bien. Pero por desgracia, caí tan bajo; justo al mismo nivel de los estudiantes mediocres.

¿Qué podia decir? Odiaba ser normal. Siempre aspiraba a más. Mientras algunos veían el color de la arena, yo veía el contraste fabuloso de azules al fondo próximo al horizonte. Mientras mis compañeros pensaban en tomar alcohol en el liquor store de la esquina, o en el parque de diversiones recién abierto en la ciudad, yo pensaba en visitar el Louvre en París, la Capilla Sixtina en Italia, el Kremlin en Rusia, la Muralla china o la Torre de Tokio.

En ese momento, en el que recordaba con dolor uno de mis peores fracasos, Michael entró poniéndose unos pantalones jeans desgastados con una mano y con la otra, sosteniendo a Kurt, su guitarra con la otra; rompiendo mi ensimismamiento.

- Mich, creo que el jamón... Oh no, otra vez no... - Le escuché decir.

Había vuelto mi cara envuelta en desconsuelo hacia él. Nunca podía reprimirme cuando él estaba cerca, y un grito desgarrador se escapó de mi garganta sin poder evitarlo. Corrí a sus brazos y el los abrió de par en par para mí, dejando a Kurt en un rinconcito cerca de la puerta para recibirme.

- Ven acá mi niña... Sé que no te sirven de mucho mis palabras. Así que pasaré a la acción.

En ese momento, me abrazó, me acunó y escuché entre dientes una maldición y otros improperios dirigidos hacia mi profesor.

- Quisiera hacer hasta lo imposible porque dejaras de llorar por culpa de ese maldito profesor... - Decía. - Aunque eso implicase pagar a un hacker para que cambiara las notas; porque, a diferencia de los demás que lo hacen, tú si que te lo mereces. Eso sería un método poco ortodoxo para un buen fin. Como Robin Hood, ¿eh? Le robaba a los ricos para darle a los pobres.

Michael siempre quería ahorrarme el dolor. Tenía esa vena rebelde y algo justiciera con la que quería enderezar las cosas torcidas y de paso, mantenerme lejos de las aquellas que eran las malas de la sociedad y me brindaba un refugio amoroso en cada abrazo. Era una de las pocas cosas reales y bonitas que tenía.

En ese momento, me levantó en volandas, me puso una bufanda, me regaló un Snickers (mi chocolate favorito), se puso una camiseta azul marino y me tomó de la mano. Nos dirigimos a su moto. Me pasó un casco y yo le pregunté entre hipidos a dónde íbamos.
Él me respondió:

- La brisa del mar siempre te hace bien. Aunque aún hace un poco de frío, iremos a que despejes la cabeza. Mira el lado bueno, puedo hacer mis maravillosos chistes para que te rías.

Sonreí entre risas. Sus chistes eran los peores de todo el continente americano (después de los míos, aunque me cueste admitirlo) En mi cabeza aún rondaba la incógnita de que, si era mejor pasarse al bando de los chicos malos. Después de todo, tengo un lado rebelde contra el mundo que me rodea, y una fuerte crítica social hacia el sistema de justicia de los pueblos.

Preferí cerrar los ojos y recostar mi cabeza sobre la espalda de mi chico, mientras me sujetaba con fuerza a su diminuta cintura. Al menos durmiendo, no pienso en mi sueño perdido o en cómo asesinar a mi profesor... ¿Verdad? - Reflexioné.

viernes, 4 de marzo de 2011

Quería...


En una noche como cualquier otra, soñé contigo
de nuevo. Me deleité en la imagen pura y hermosa de tu cuerpo
delgado y casi sentí la textura de tu piel tibia.
Mientras me recreaba, ví como te aproximabas a mí, y
mi corazón, henchido de sentimiento y dulzura,
deseó tenerte cerca y entregarte miles y miles de
cosas mías.

En ese sueño, quería entregarte el sol que nos
ilumina... Pero sólo te regalé el resplandor de mi mirada
cada vez que te veía.

Quería entregarte mi cuerpo completo, más sin
embargo, te dí sólo fragmentos de piel.

Quería entregarte el candor de mi boca anhelante,
pero únicamente te entregué la caricia tierna
de mis labios tímidos.

Quería gritarte tantas y tantas cosas que me he
guardado para mí, y mi garganta sólo fue capaz de
desprender un susurro sensual que te decía un "te deseo",
albergando más significados de los que la vergüenza y el pudor
me permiten expresar.

Quería que hicieras tuyo el rincón más divertido de mi
cuerpo, pero, te regalé sólo la suavidad y humedad
que le recubre, y un rostro más rojo que la
sangre que corría alborotada por mis venas cada
vez que te sentía más y más cerca.

Quería lanzarte una mirada inolvidable, pero, en el trayecto,
caía rendida ante el hechizo de la tuya propia. Esa
pecaminosa, brillante y encantadora mirada arrancadora
de suspiros. Esa mirada enmarcada en ese entrecejo bello y testarudo.

Tenía tantas y tantas cosas que expresar, que, solamente
desperté con un "te quiero" deslizándose por mis labios,
mientras sonreía adormecida por haberme
dado el placer de pensar en tí una vez más.

jueves, 24 de febrero de 2011

Historias de Michael y Michelle


- 11-

Pesadillas, oscuridad y otros demonios


Estaba absorta en el relato de la buena Katie acerca de su nuevo espacio en un programa de TV. Mi amiga, la pecosa de actitud vivaz y desinteresada, nos contaba con lujo y detalles, lo que captaba su interés, además de practicar deportes todos los días. En un momento de desconexión mental, mi cabeza, media nublada, fue dando paso, de los colores pasteles de los pijamas de mis amigas, a una dimensión desconocida. Las sábanas rosas estampadas de Diane eran suaves y cómodas, además de que tenían un fresco aroma a lavanda... Y una súbita oscuridad se cernía sobre mí, y yo no era consciente de cómo o a dónde iba. Sólo podia sentir la cruda frialdad de esa extraña y vaporosa mancha negra, que, por una razón para ese entonces desconocida, me apretaba, casi hasta la asfixia, en alguna parte de mi cuerpo.

No era nadie. Era... Algo.

En un instante de locura, abrí mis ojos azules como dos platos enormes y los cabellos de mi nuca se pegaban por el sudor de mi piel pálida. Mi mirada desorbitada trataba a tientas de ubicarme en un lugar y un espacio. Las paredes que me rodeaban, parecían un laberinto de colores borrosos y mezclados, como si de un caleidoscopio del terror se tratase. Lo único que recuerdo de aquel súbito arrebato de descontrol mental, es haber escuchado un grito desgarrador salir de mi propia garganta, y haber visto con un dejo de conciencia, los rostros despavoridos y asustados de Katie, la castaña pecosa, Sarah, mi amiga pelirroja, Diana, de ojos color bosque y Theresa, la chica punk.

Mi cabeza cayó con su propio peso sobre los muslos de Diane, mientras oía a lo lejos cómo llamaba a los chicos, uno por uno, a ver cuál reaccionaba más rápido: Michael, John, Brian, James y William. Sentí a Michael tumbarse a mi lado preguntándole a las chicas que si de verdad, ese grito había sido mío. Sentí una mano cálida deslizarse bajo mi frente húmeda, por debajo de mi flequillo.

Mientras
me notaba temblorosa y nerviosa, enterraba las uñas en la sábana buscando un tipo de apoyo. En ese instante, fui presa de uno de los demonios que, inexplicablemente, puede guardar mi naturaleza humana.

- ¿Michelle? ¿Qué pasó? ¿Te encuentras bien?- Oí muy a lo lejos.

¿Qué era aquello? ¿Por qué, de esa manera tan rara, me asustó sin razón aparente?
Escuché a Diana susurrarme que ellos, todos mis amigos estaban allí; que todo iba a estar bien.

Pero, por un motivo extraño, secretamente por mis adentros, susurraba mi propia oración.
Sólo por si acaso.

¿Volvería a repetirse ese episodio de tinieblas? ¿Qué pasa si estoy completamente sola ese día?

¿Por qué me sucedió hasta el punto de gritar de manera inconsciente?

¿Por qué... A mí?

lunes, 14 de febrero de 2011

Historias de Michael y Michelle

- 11-
El hombre en mi mente


Ayer, mientras tomaba un baño en todo su esplendor, mi mente aterrizó en el aeropuerto del erotismo, una vez más.

Así, de la nada, mi sensibilidad creativa se agudizó, y deseé encontrar un motivo que me ayudara a comprender el por qué.

Aquel hombre desconocido
de mi imaginación... ¿Cómo era él?

El chico sin rostro que aparecía en mis sueños, era un hombre distinto de los demás. Especial. Magnífico. Pensé: ¿Qué rayos debería hacerlo distinto? Tal vez el hecho de que pudiera ser impredecible. O un hombre decidido y sincero. Un hombre de verdad, aunque tuviera un niño jugando en su interior.

Un hombre que, de una forma u otra, tuviera esa fuerza masculina que tanto me apasionaba. Y no solo me refiero a una fuerza física, sino esa fortaleza mental y espiritual que no todos poseen. Pero al mismo tiempo, bondadoso y virtuoso. Que se detenga a pensar en los detalles de la vida, aunque sea de vez en cuando.

Lo imaginé imperfecto, a su modo.

Lo imaginé incluso como un "chico malo", rebelde, distinto y
de apariencia dura, que no se dejase llevar por las estructuras de nuestros cánones sociales... Más con un dejo de amor y bondad en sus ojos; y un gran corazón capaz de amar.

Lo imaginé en una moto, con un cigarrillo descansando en sus labios, con una gitarra colgada de la espalda, y una mirada tierna y lasciva al mismo tiempo.

Lo imaginé sensual... Enigmático, espontáneo, ardiente.
Lo imaginé seguro de sí mismo, inteligente, y capaz de darle un buen uso a ambos hemisferios cerebrales.

Lo imaginé gracioso, con su propia manera de pensar, y lo suficientemente independiente y seguro como para hacer que me abandone a la calidez de sus brazos y olvidarme del mundo.


Lo imaginé capaz de hacerme olvidar mis pesares con una simple caricia.

Lo imaginé conectado a mí, y compartiendo mis ideas locas de arte, color y rock and roll.

Idealicé una vez más al hombre que me hiciera temblar las rodillas, arder de placer y brillar los ojos como una colegiala feliz y completamente enamorada.

Y la visión de su torso y su piel apareció de la nada. Sin aberración alguna. Sin morbo, sin suciedad. Solo erotismo. El viril cuerpo era suave y de una anatomía armoniosa. Nada perfecto. Algo así como una obra de arte, de esas de Miguel Angel, aunque más viva de lo normal... Con un aroma lo bastante masculino como para hacer que pierda el aliento, de piel tersa y calidez sin igual.

Y justo ahí entré yo. Ardiendo en un fuego desconocido, haciéndome partícipe de mi propia fantasía, como en muchas otras ocasiones.

Me acerqué, despojada de toda pieza, abandonada y dispuesta a dejarme abrazar por ese hermoso cuerpo desnudo. Mi piel contra la suya, poniendo en alerta cada terminación nerviosa, y expresando mis deseos hasta más no poder. Cerré los ojos. Me dediqué a concentrarme en las gotas húmedas que dibujaban paisajes en el lienzo de mi cuerpo, y en un lugar, en un momento desconocidos, mi piel se unió a la suya y la imagen se volvió bella: Era la imagen de un solo ser. Estábamos hablando el lenguaje de la naturaleza humana, el lenguaje del cuerpo, del amor... Del placer.

"Dejaré los detalles de las muchas cosas que ese cuerpo era capaz de hacer para después" - Pensé.

Eché hacia atrás mi cabellera mojada y, una vez más, sonreí.
Sobre aquella paloma sucia...
(Si, se que el título es extraño)


Una tarde hace muchas tardes, mientras salía del trabajo, mi vista se posó en algo muy curioso: Una paloma carcomida por la suciedad del medio en el que vive. Lucía su plumaje húmedo y alborotado, y sus ojos muy abiertos ponian en evidencia la situación caótica de una vida, de la que tal vez, no era muy consciente, salvo por el hecho de que su instinto le gritaba que debe sobrevivir y reproducirse. En sus patas, faltaba un dedito. Caminaba coja y, como sus demás compañeras, asustadiza. Deseé fervientemente lavarla, medicarla, darle de comer, así como hacen con los pingüinos llenos de petróleo de Animal Planet. Y más aún, deseé poder ser uno de esos genios japoneses de la robótica y fabricarle una patita funcional de metal que le ayudara a caminar mejor.

Esa tarde, mis ojos adquirieron un matiz triste y compasivo. Es raro escribir algo sobre una paloma con un dedo mutilado. Pero la visión me llegó profundo. Y así, las horas restantes de mi día transcurrieron acrecentando mi necesidad de escribir algo. Los seres humanos poseen una característica no muy común, y es el hecho de sensibilizarse.

Pero, por Dios, seamos sinceros. La verdad, es que, este hecho, me hace encerrarme más en mi misma, porque no le cuento a todos los detalles de mis sentimientos, pero, me hace tener un abrazo fraternal con el mundo en el que me ha tocado vivir.

No es la primera vez que me pasa. Pero, déjame describir el sentimiento en una palabra: Hermoso.

Y me siento orgullosa de poder sentirlo. Aunque, como ya dije, se trate de una paloma sucia a la que nadie le presta atención... Salvo esta loca que humildemente teclea para este blog.

jueves, 10 de febrero de 2011


Historias de Michael y Michelle

- 10-

Deseos extraños y sueños prohibidos
Por Michelle Collingwood

Las tiendas del centro comercial estaban abarrotadas de chicas que aprovechaban (al igual que nosotras) las ofertas de 2 x 1 en artículos de invierno. Mi amiga Sarah había quedado conmigo para ver algunos abrigos, medias y botas que había visto en especial. Mientras tanto, afuera, los copos de nieve caían suavemente sobre las cabezas de cientos de personas que apuraban su café caliente para mantenerse tibios.

Esa mañana, ella llevaba un gorro verde limón, un sweater, unos jeans y unos botines a juego. En su cartera, su pequeño Poochie asomaba la cabeza luciendo su collar verde limón también.
Yo, por mi parte, llevaba unas orejeras azul cielo y un sweater rosa con unos pantalones azules, y unas botas altas color negro.

Sarah era mi amiga veterinaria. Amaba a los animales mucho más que yo, y no le importaba ensuciarse las manos de caca con tal de que el trasero de un perrito quede casi tan limpio como el suyo propio.

Llegamos prácticamente al unísono al pasillo cerca de la valla luminosa, nuestro lugar tradicional para encuentros de chismes.


- ¡MICHELLE! ¡HOLA SWEETIE!

Ante el estruendoso grito de mi simpática amiga, Poochie levantó las orejas como dos parábolas intentando descubrir por qué su dueña era tan bullosa y siempre lo sacaba de sus sueños perrunos.

- ¡Hola Sarah! ¡Cuánto tiempo sin verte!
. Su rostro risueño y sonrosado lucía fresco, y sus lisos cabellos naranja daban la impresión de que se tratara de una jovencita de un lejano campo escocés.

- Ven, que tengo mucho que contarte.
Me tomó de una mano y juntas subimos al café "Il carpaccio d'Alessandro". Una vez allí, ella comenzó a contarme algo muy particular que le había pasado.

- Verás, sabes que hace no tanto, soy novia de Richard; el primo de Theresa. Es un chico fabuloso e incomparable...
me siento tan cómoda con él...

- Sí... Lo sé. - Sonreí contenta. - Pero, en realidad, no es sobre él que quiero contarte. Es John, mi querido amigo John. Verás Micha, lo que sucede con él es... Extraño. Siento "placeres extraños" con él. No entiendo por qué razón, me intriga tanto su personalidad. Es como si entrar a su mundo fuera un viaje a un espacio sideral plagado de agujeros negros, y sintiera vértigo cada vez que pienso en eso.

John, "Johnny" cariñosamente para nosotros, era el típico chico agradable y cómico, que, en varias ocasiones, miraba de un modo muy particular a Sarah. A través de sus vidriosos ojos azules, pareciera que proyectara un aura de muchas cosas que contradicen su relajada apariencia. ¿Lujuria? ¿Deseo? ¿Interés? A decir verdad, no lo sé. Pero todas nos hemos percatado de ese brillo intenso en sus ojos, y de esa sonrisa torcida tan llamativa que no nos lanza a las demás.

- ¿Por qué me sucede eso? Si, he pensado en él. Tal vez más de lo que debiera y en situaciones no muy ortodoxas que digamos. "¿Cómo sería si...?" "¿Qué pasara si...?" Son preguntas que no debo hacerme. Me hace cosquillas su tacto cálido y suave, tan diferente, y pecaminoso al mismo tiempo...

A medida que el relato de Sarah avanzaba, sus mejillas se encendían cada vez más. Preferí dejar que fuera ella la que terminara de contarme las cosas para porder aconsejarla y decirle lo que pensaba. Michael también la conocía. A pesar de que ellos no hablan a menudo, en varias ocasiones suele decirme que Sarah, detrás de su rostro aniñado, pareciera esconder cosas que la averguenzan, y que no puede contar a los demás.

- Imaginé su cuerpo, Michelle. ¡Su cuerpo...! Y no precisamente con mucha ropa. Imaginé su cuerpo alto y su pelo de rizos rojizos desparramados en mis pechos a medida que trazaba más abajo un camino húmedo con su lengua (seguramente) experta. Nos imaginé tocándonos, y él enseñándome a descubrir lo que hay más allá de mi piel... Mostrándome... Placeres extraños. Nos imaginé en un rincón solitario, lejos de los ojos de los demás, con paredes de piedra y unas pocas flores pequeñas como testigos de nuestro encuentro. Lo imaginé aprisionando mis manos y mis caderas contra las suyas, mientras me susurraba las muchas cosas que quería hacerme en cada centímetro de piel expuesta.

Ella, a diferencia de mí, "creía" que tenía experiencia con los chicos. Su timidez disfrazada, a más de uno ha podido engañar. Con su actitud fresca y despreocupada albergaba una chica ansiosa por descubrir lo que muchas otras ya sabemos muy bien. Quería explorar y dejarse explorar por unas manos expertas que la lleven al borde del éxtasis.

- Pero tengo miedo. Miedo a pecar. Miedo a sentirme misarable y culpable. Miedo a caer en las manos de un chico que, puede desear montones de chicas y arrastraslas. Yo no soy una cualquiera. No quiero jugar su juego... Pero... Es muy... Complicado. ¿Crees que pueda ser adictivo? ¿Qué tan arrebatadora puede ser una curiosidad por... "Lo prohibido¨?


No sabía qué rayos decirle. Mientras Michael había salido con James y con Brian, a reparar su moto, yo estaba inmersa en unos pensamientos ajenos. Mi amiga se sentía perdida, y nublada ante semejante oleada de súbito placer, que la ponían nerviosa en frente de su querido amigo John.


- Él... Es un hombre Michelle... - Sururró levantando sus ojos verde claro.


- ¡¡¡Jajajajaja!!!... Lo sé, Sarita, lo sé. Por primera vez te estás dando cuenta de que él no es solamente "tu querido amiguito Johnny". Es un hombre. Siente. Padece. Y desea.

"Qué complicadas son las relaciones entre hombres y mujeres", - Pensé por mis adentros. Bajé mi vista a la taza de chocolate que tenía entre mis manos, y le sonreí cariñosamente mientras la fría brisa matutina alborotaba mis rubios cabellos.

Y di un sorbo largo y profundo, para poder aclarar la cabeza y asimilar los confundidos y poco decentes pensamientos de mi amiga.
Bebí de nuevo... Y respiré profundo.

En ese momento, fue lo único de lo que fui capaz de hacer.

lunes, 24 de enero de 2011


Historias de Michael y Michelle
- 9-
Pasión en jeans
Por Michelle Collingwood

Dejé las bolsas del super caer en el suelo del apartamento, tal como si de plomo se tratase.

Un par de horas atrás, había pasado por allí a cambiarme y rápidamente decidí comprar unas cosas porque tenía pensado estrenar con Mickey una de mis recetas-sin-copyright, de esas que suelo ver en internet y que me llama la atención prepararlas en casa. Sabía que él llegaría más temprano que yo ese día.

Cuando atravesé el umbral de la sala, pensé que había salido, y sin embargo, lo encontré jugando videojuegos, sentado como un niño en el suelo, y con sólo unos jeans enfundando sus estrechas caderas. Por la pretina del pantalón se vislumbraban unos calzoncillos color azul oscuro, (mi color favorito en la ropa interior masculina, he de añadir). Su cabello negro estaba revuelto, desprovisto de toda gelatina y su expresión adusta y ceño fruncido me decían lo mal que le había ido en esa ronda de juegos. Era una visión sexy y simple. Mi chico lucía masculino... Seductor... Y el lado "ligeramente" morboso de mi mente, pensaba que era todo un deleite visual, por no mencionar los detalles vergonzosos que pasaban como una película a todo color, por mi imaginación.

- Hey...¿Cómo estás? ¿Qué tal te fue? ¿Me trajiste algo? - Dijo, cambiando su expresión y apretando sus labios rosados en una petición graciosa de un beso.

- Bien... Hoy tenía muchas cosas que hacer. - Sonreí, mientras presionaba sutilmente mis labios contra los suyos. -Lo que traje fue para los dos... ¿Recuerdas la receta de la que te hablé con el pollo relleno? Pues vamos a inventar en la cocina... Tu y yo - Añadí seductoramente.

Dejé en una silla mi cartera. Me senté a un lado por un momento para descansar las piernas. El trabajo absorbía, a sinceridad, gran parte de la capacidad de uno de mis hemisferios cerebrales. Luego de haber terminado la universidad, mis prioridades habían cambiado, y, ahora tengo más tiempo para mi, como persona, como profesional... Y como mujer. En ese momento levanté la cabeza y vi a un Michael descalzo con la cabeza metida en una de las bolsas del super y sacando todas las cosas que allí se encontraban.
- Entonces... ¿Qué cosas hay aquí?
- ¡¡Hey!! ¡¡Heyy!! - Dame eso! Dije, quitándole una lata de salsa.
- Pero... Pero - Sonrió él. ¡Pensé que íbamos a cocinar!
- ¡Claro que sí! Pero déjame organizar estas cosas primero...

En ese momento, me dispuse a sacar y a organizar todo.

- Leí que el pollo se debería tomar aproximadamen... - Mis pensamientos se vieron interrumpidos por una mano áspera, que lenta y deliciosamente se deslizaba desde atrás, subía por mis costados, y, por debajo de la camiseta, atrapaban uno de mis pechos.

- ¿No quieres que te ayude? Murmuró contra mi oído, arrancando escalofríos con su aliento húmedo.
- ¿Ayudarme a qué? - Pregunté con un dejo malicioso en la voz.
- ¿Hace falta que sea más explícito?
- Supongo...
- Pues entonces, tengo que tomar al toro por los cuernos... ¿No crees?

En ese momento, él me alzó por las caderas y me sentó en la meseta de loza blancuzca de la cocina. Aprisionó mis labios en un beso brusco y me rendí a la presión de sus labios. Sus manos ávidas rápidamente me despojaron de la camiseta; se apartó ligeramente
y, se tomó unos segundos a contemplarme con esa típica mirada suya que me sacaba los colores al rostro.

- Es... ¿Lo mejor que puedes hacer? - Murmuré cuando le agarré los cabellos y se los apretaba fuertemente.

Y, como combustible con una ligera llama, su expresión cambió. Mi sostén terminó en el piso y dejó a la vista mis pechos. En la cocina, con las ventanas cerradas, hacía mucho calor. Nuestros cuerpos se movían a un ritmo enloquecido y ambos comenzábamos a sudar mientras él acariciaba con su lengua caliente mis pezones, en un suplicio dulce y exquisito, haciendo que de mi garganta escaparan gemidos espontáneos. La dureza de su entrepierna se hacía evidente y mientras yo le clavaba las uñas en su espalda sudada, él me embestía fervientemente
con sus caderas una y otra vez. Aún con los jeans puestos, Michel me abrazó, empuñó mis cabellos y con una expresión de puro placer, preguntó:

- ¿Lo sientes?
- ¿Eh...? - Pregunté atontada.
- Que si lo sientes... - Me repitió moviendo sus caderas instintiva y fuertemente contra mi pelvis.
- Ahh...! Bueno, si... - Me sonrojé. Pero... Tu... ¿Cómo lo sabes?
- Porque yo te siento a tí... - Dijo, casi en un susurro, al mismo tiempo que lamía mis labios, e iba bajando... Y más abajo... Hasta llgar a mis pechos una vez más, para succionarlos.

Mi torso se arqueaba buscando más, buscando ese infinito placer que él me podia proporcionar.

- Me encanta hacer que se pongan erectos... Es como si tu cuerpo me dijera: Si... Hazme todo lo que quieras... ¡No te detengas...!

Apreté los ojos, y gemía una y otra vez...

- Ojalá y te vieras. Salvaje, despeinada, sonrojada... Y lo mejor de todo... Excitada. - Dijo él, apartándose ligeramente. Su respiración entrecortada era sonora, y su pecho amplio subía y bajaba. Mis mejillas encendidas me decían que realmente debía tener una expresión, que, si la viera de frente, como si fuera una tercera persona, no sabría dónde diablos meter la cabeza por varios días.

- Eso es solo el comienzo de todo lo que voy a hacerte esta noche... Hoy YO tendré el mando.

Y dicho esto, me besó ardorosamente y me acarició el pelo.

Mi cabeza se tomó un pequeño tiempo para regresar de su órbita. Me sentía caliente, tonta y bastante aturdida. Por lo que, antes de bajarme de la meseta, Michael me abrazó y me cargó para bajarme por su propia cuenta. Ambos sonreímos y, recuperando un poco de mi compostura perdida, añadí:

- Como tu quieras... Con la condición de que me ayudes a cocinar y me des un masaje luego... En el baño.

Dicho esto, sonreímos y cuando me disponía a ponerme el sostén y la camiseta, él me detuvo y me dijo:

- Quédateme con esto - Dijo, dándome un delantal. Y sería genial si te quitaras esto otro... - Añadió quitándome los jeans.

Comencé a protestar temerosa y algo tímida, y luego él me dedicó una de esas miradas cargadas de un amor embriagador, tierno y seductor.

- Bueno, está bien. - Acepté atádome el delantal por detrás. - Deja tu videojuego en pausa. - Añadí. Al parecer, tú y yo vamos a tardar un poquito más de lo previsto.