viernes, 18 de enero de 2013

Historias de Michael y Michelle

-18-

Visita accidental


El viento ululaba afuera cuando salí de mi apartamento. La noche se mostraba sombría, y yo por mi parte, estaba echa un manojo de nervios. Me sentía preocupada, asustada, adolorida, decepcionada. Necesitaba buscar un lugar donde "tratar" de dormir, a alguien que me escuchara, y así poder desahogarme.

Pensé instintivamente en Diane, una de mis mejores amigas. Siempre me ofrece consuelo, y siempre procura comprenderme, algo que, en este momento resultaba bastante consolador.
Decidí tomar el celular, y llamarla. Sonó varias veces hasta que por fin escuché su voz melosa.

- ¡Hola Mich! ¡Qué sorpresa que me llames! ¿Cómo estás?

Al escucharla, intenté en vano hablar… No pude articular palabra. Mi voz se quebró antes de salir de mi garganta, y ella dedujo inmediatamente que algo sucedía.

- ¿... Que te pasa? ¿Michelle, dónde estás? ¿Qué pasa?

Mi voz sonó lejana y ahogada: "T...Tengo frio, Di." - Atiné a decir. - "Michael, se ha portado mal conmigo y me he ido de la casa. Necesito un lugar donde dormir, aunque sea por dos días"

- ¿Dónde estás, Michelle? Dime, ¿dónde estás? Voy con Brian a buscarte ahora mismo.

- No... Yo iré a tu casa, estoy justamente cerca de la estación para tomar el tren.

- ¡Puedo ir sin problemas, Michelle! No estás bien… Dime, ¿en cuál estación estás?

- Voy ya de camino. Iré a tu casa. - Y colgué.

Compré mi ticket, abordé el tren, que estaba prácticamente vacío. No dormí durante todo el camino, y aunque hubiese querido, no habría podido hacerlo. Mi cabeza era un torbellino de emociones entrelazadas, de sentimiento, frustración, dolor y malestar... Todo al mismo tiempo, y quizás un poco más.

Diane vivía junto a su novio Brian, por el momento una zona residencial de Harlem, NY. Aún no se lo había pedido formalmente, pero Brian estaba pensando en pedirle matrimonio, cosa que me alegró enormemente cuando me lo contó hace unos meses.

Cuando llegué, había transcurrido mucho más de media hora. El edificio tenía un aspecto cálido y elegante, con árboles en las aceras y bonitas escalinatas. Había muchos árboles en la acera y arbustos entre cada edificio. En frente, se encontraba un parque que dejaba entrever las pocas luces de tonos violáceos y naranja,  propios del amanecer. Según recordaba, su apartamento estaba en el segundo piso.

Subí las escaleras con cierta ansiedad. La puerta estaba abierta.

Los ojos me pesaban y mi cuerpo adolorido pedía a gritos por lo menos 3 horas de descanso. Al llegar, toqué suavemente varias veces y al no recibir respuesta, giré el picaporte.

Tímidamente asomé la cabeza y caminé. Me sorprendió que estuviera abierta y una corriente fría me heló la espalda, al darme cuenta de que había entrado al apartamento equivocado. Allí no estaba Diane, ni Brian, sino otra persona.

James.

James Dampler.

Actual amigo y "ex novio" de adolescencia.

- Ja... James. - Balbuceé. - Que... ¿Qué haces aquí?

El lucía igual de sorprendido. Se quitó el auricular a través del cual oía música, dejó a un lado lo que parecía una bolsa de basura y me respondió al instante, pero a diferencia de mí, no enredaba las palabras:

- ¿Qué te puedo decir...? Es mi casa, yo vivo aquí. - Y sonrió, mostrando sus bien alineados dientes blancos.

Lucía una barba de hace aproximadamente dos días, sumada a su habitual vello facial, que traza un caminito desde debajo de su labio inferior hasta la punta de su barbilla. Su torso estaba completamente desnudo y sus caderas estaban enfundadas en unos calzoncillos Calvin Klein. Su pecho se veia (¿deliciosamente?) mullido y a la vez musculoso. En la cara interior de su antebrazo izquierdo, tenía otro tatuaje que no había visto antes, era una especie de cruz egipcia, un anj muy bonito.



- Cuéntame de tu agradable y sorpresiva visita. - Comentó con jovialidad. - Por cierto, me gusta tu mini falda. Nunca me han gustado las chicas de baja estatura. Me seducen las altas, y particularmente, tú con tus piernas largas y tacones... Un sueño de mujer. Resulta fácil imaginar esas largas piernas entrelazadas, si sabes a lo que me refiero – Comentó, subiendo y bajando las cejas y en tono seductor.

-  ¿Por qué dejaste la puerta abierta? – Dije, tratando de ignorar sus insinuaciones.

- Es la verdad. Las chicas de baja estatura pueden llegar a ser lindas, pero, tú tienes una cara tierna, infantil y adorable pegada al cuerpo de una mujer. - Dijo con una sonrisa lobuna. Y respondiendo a tu pregunta, la había dejado abierta para poder bajar la basura. – Agregó.

-  ¿Siempre eres tan exhibicionista con tus vecinos? - Dije, y no pude evitar que mi vista recorriera su cuerpo. Mi chibi "yo" cachondo estaba bailando pole dance vestida con liguero, tacones y ropa interior negra. Deseché la imagen en un abrir y cerrar de ojos. Por otra parte, mi chibi "yo" vestido con ropa de ángel y aureola incluida estaba sentada en una nube con una foto de Michael en las manos, la señalaba y me miraba con desaprobación.

- Iba a cambiarme justo antes de que tú llegaras. - Dijo entre risas estrepitosas.

- Escucha James, no te ofendas, pero... No venía a verte a ti. Estoy buscando el apartamento de Diane y me he equivocado de piso.

- Ah… - Dijo, ligeramente decepcionado.

Me giré para apartar la vista de su torso desnudo y evitar que el morbo se sume a la maraña de emociones que de por sí, ya tenía atoradas en la cabeza. Mis piernas temblaban, y cuando me senté en un sillón, vi mi reflejo cansado y demacrado en la pantalla del televisor apagado. Definitivamente, no era mi mejor día. Ofrecía, sinceramente, un aspecto desolador: Mi cara pálida estaba enmarcada por mis cabellos ondulados y húmedos, y las ojeras me llegaban casi a las orejas. Mis ojos azules habían perdido su brillo y se veían opacos y tristes.

Les confesaré algo... No sabía que se sentía fumar, al menos, no de primera mano. Pero si era como precisamente me han dicho, y tal como he leído, en un momento como éste, hubiera deseado fumarme un cigarrillo acompañado de un vaso de mi licor de menta favorito, mientras escucho "Losing your memory" de Ryan Star.

- ¿Ha pasado algo? No te veo bien. ¿Puedo ofrecerte un chocolate? ¿Café? ¿Desayunaste ya? - La voz de James irrumpió en mis pensamientos autodestructivos, y aterricé de golpe en la realidad.

Alcé la vista hacia su rostro preocupado y no pude contener las lágrimas que afloraban en mis ojos. Hace mucho que Michael había dejado la cortesía y la ternura conmigo. James, por su parte se agachó y acercó su cara a la mía. Podía oler su aroma, una mezcla de sábanas, olor a hombre y a perfume costoso. "¡Qué largas pestañas tiene!" - Pensé. 

Salí (¡nuevamente!) de mi ensimismamiento. Acto seguido, él tomó mi barbilla entre sus dedos y me dijo: - "Puedes contar conmigo, sea cual sea tu problema" - Y dio un amistoso abrazo.

Duré solo unos segundos, y luego me aparté. Su calidez me inundó por un instante, pero quería ir con Diana. En ese preciso instante, mi celular sonó con un rock pesado como tono: Era Michael.

Sentí erizar los vellos de mi nuca, pero ignoré la llamada.

- ¿No vas a contestar? - Inquirió James.

- Luego te cuento. Diana vive arriba entonces. No ha cambiado de domicilio, ¿verdad? – Pregunté, secándome rápidamente las mejillas húmedas.

Sabiamente, el decidió no insistir en reconfortarme y se limitó a responder: - Sí.

- Ya me voy... Saludos a Katie. - Dije. 

Le agradecí, me despedí con un besito en la mejilla, y salí de allí, un poco contrariada.

Tal vez era por el cansancio, pero juraría que sentí su presencia a mis espaldas, observándome desde el umbral de la puerta.

sábado, 5 de enero de 2013

Historias de Michael y Michelle

- 17-

Noche desgarrada

Sentía entre sueños la lluvia torrencial que caía afuera. Me acurruqué contra la ventana, abrí con pereza un ojo y eché un vistazo a mi cama vacía: Michael aún no había llegado, y eran las 3:30 am.


Algo me oprimió el pecho. Algo punzante que no presagiaba nada bueno.

No todo estaba bien en mi hogar. Desde hacía un par de meses él no era el mismo, a veces estaba taciturno, otras, triste y un poco desubicado. Llegaba a casa cada vez más ebrio y con más frecuencia. Una mañana llamé a los chicos para preguntarles como iba todo, y entre conversaciones, me comentaban que hacía mucho que no sabían de Michael, que no llama, o que simplemente usa como pretexto el exceso de trabajo para no verlos.


Era evidente que no estaba saliendo con ellos. 


Normalmente no es un hombre de muchas palabras, pero por lo general solía ser la mejor
compañía, el mejor novio que una chica puede desear.

Algunos días lo notaba más malhumorado y agresivo que nunca: No medía sus palabras
cuando discutíamos, azotaba las puertas, y poco a poco se iba alejando del Michael amoroso y sexy que una vez conocí. Una vez le pedí que habláramos de ello, le recordé que estaba ahí para él, que podía contar conmigo para cualquier cosa. Ultimamente cocinaba sus platillos favoritos, con el fin de mejorar su humor, o tal vez era un intento fallido para crear un ambiente propicio para el diálogo. Sí, es cierto, sé lo que piensan... Suena muy adulto, muy serio, casi terapéutico, pero fue básicamente lo que leí en una de esas revistas femeninas; y al parecer a algunas lectoras les había funcionado.
 

Pero a mí, no.

El sonido de la puerta me sacó de mi ensimismamiento por un momento, y lo ví: Su abundante pelo negro caía húmedo por su frente y sus sienes, y su chaqueta de cuero negro estaba igualmente mojada. Simulé estar dormida, lo sentí acercarse, y me besó. Sus labios sabían horrible, una mezcla extraña de whisky barato, cigarrillos y algo más que no pu de descifrar, tal vez una hamburguesa con carne no muy bien cocida... No sabría precisar.Abrí mis ojos como platos y le dije: "Hola Michael". El sólo sonrió y murmuró un "hola" entre dientes, mostrando su dentadura perfecta. Seguido de esto, sus besos se tornaron más agresivos y salvajes, mientras yo trataba de apartarlo infructuosamente para poder conversar con él. Estaba evidentemente molesta.

Hice acopio de mis fuerzas, luché contra una punzada de deseo repentino para por fin apartarlo, y le grité: "Hey!! Te estoy hablando!! Escúchame!"

- De qué quieres hablar, Michelle? Es hora de sexo, no de charlas.

Todo mi humor se cayó al suelo, y lo miré como si de un extraño se tratase.

- A mí no me hables como si fuera un objeto.

- A los objetos no se les habla.

- No estoy de bromas, Michael. Tienes muchos días llegando en este estado, a estas horas, e incluso aún más tarde. Estoy preocupada por tí, estás raro y no quieres hablar.

- Ahora resulta que no puedo salir. - Dijo resoplando.

- Claro que puedes, pero cuando regresas, eres todo un desastre.

- Celos?


Me enfurecí ante semejante "acusación" y traté de retirarme. De pronto, sentí sus manos
como grilletes en mis muñecas, las miré y lo miré a él: "Suéltame. No quiero tener sexo
contigo hoy
"

Su respuesta no fue en palabras, sino con hechos. Me levantó en volandas y me apretó contra el colchón, se despojó de su chaqueta  con una rapidez sorprendente y se desabotonó rudamente los pantalones y calzoncillos dejando expuesta su masculinidad erguida. Su barba incipiente me raspó la cara, me acariciaba con evidente deleite, mientras su fuerza me hacía daño en la piel: Estaba fuera de control. Me asusté y le grité que me dejara, lo empujaba de la ropa, y de pronto, me volteó y bajó con fiereza mis panties, casi desgarrándolos.

Yo murmuraba: "Michael, espera, así no... Detente! Me estás asustando!"

- Te amo Michelle, no me rechaces.


Me besaba y lamía las piernas, enterró las yemas de sus dedos en mis caderas, y seguido, me embistió por detrás. Un grito escapó de mi garganta y una lágrima desesperada resbaló
por mis mejillas encendidas. Su verga salió y volvió a entrar sin piedad. Henchida, viva, mojada y desgarrante. Estaba sintiendo mucho dolor y me sentía humillada y asustada.
Cuando pensé que todo había terminado, sentí una molestia punzante, y un escozor tremendo, luego de un sonido desagradable: Michael, me había azotado en el trasero, y de muy mala manera, he de decir.

Mi mente se quedó en blanco por un instante. Sentía su semen como calor líquido escurriéndose por entre mis glúteos.
En medio del dolor y el miedo, llorosa, me llené de fuerzas y al voltearme, tomé de los pantalones, y en medio del forcejeo, algo se salió de sus bolsillos y cayó al suelo,lo empujé con mis piernas, y salí de la habitación como alma que lleva el diablo.


Me encerré en el baño, me agaché contra la puerta, abracé mis piernas en posición fetal
sintiendo un ardor increíble en mi pequeño trasero: Lo sentía al rojo vivo. Su voz al otro lado susurraba: "Michelle, estás bien? Querida, escucha, no es para tanto, no quise lastimarte... Abre la puerta!"

"No es para tanto"
"No es para tanto"
"No es para tanto"


Sus palabras hacían eco en mi mente, con tono de locutor de ultratumba, alimentando mi ira
y mi indignación. Lo oía, pero no lo escuchaba, decidí ignorarlo y enterré la cabeza entre mis rodillas.

Al cabo de unos minutos, no se oía nada. Me asusté, y esperé. Esperé.

Minutos más tarde, intenté abrir la puerta: Michael había caído rendido. Con todo y camiseta, y la cintura de los pantalones justo a mitad de su trasero.

No pensé, sólo actué. Tomé un pequeño bulto gris que tenía a mano, y empaqué lo esencial,
blusas, jeans, y ropa interior; desodorante, splash y jabón de tocador. Tomé el celular y el cargador, me vestí con medias oscuras, una falda jean, y una blusa rosa. Acto seguido, salía rápidamente de la habitación, cuando sentí que había pateado algo, y me agaché. Llevé el paquetito transparente hacia la luz que se colaba por la ventana. Entorné los ojos y ví que contenía un polvo blanco. Sentí el alma caer como un yunque a mis pies, y lo observé un instante. No podía ser lo que creía que era.

Lo guardé en el bolsillo y me abandoné la habitación.

Las lágrimas se abultaban en mis ojos, y decidida, tomé un abrigo, un gorro azul para el frío, las llaves, y me dirigí a la salida sin mirar atrás.