sábado, 5 de enero de 2013

Historias de Michael y Michelle

- 17-

Noche desgarrada

Sentía entre sueños la lluvia torrencial que caía afuera. Me acurruqué contra la ventana, abrí con pereza un ojo y eché un vistazo a mi cama vacía: Michael aún no había llegado, y eran las 3:30 am.


Algo me oprimió el pecho. Algo punzante que no presagiaba nada bueno.

No todo estaba bien en mi hogar. Desde hacía un par de meses él no era el mismo, a veces estaba taciturno, otras, triste y un poco desubicado. Llegaba a casa cada vez más ebrio y con más frecuencia. Una mañana llamé a los chicos para preguntarles como iba todo, y entre conversaciones, me comentaban que hacía mucho que no sabían de Michael, que no llama, o que simplemente usa como pretexto el exceso de trabajo para no verlos.


Era evidente que no estaba saliendo con ellos. 


Normalmente no es un hombre de muchas palabras, pero por lo general solía ser la mejor
compañía, el mejor novio que una chica puede desear.

Algunos días lo notaba más malhumorado y agresivo que nunca: No medía sus palabras
cuando discutíamos, azotaba las puertas, y poco a poco se iba alejando del Michael amoroso y sexy que una vez conocí. Una vez le pedí que habláramos de ello, le recordé que estaba ahí para él, que podía contar conmigo para cualquier cosa. Ultimamente cocinaba sus platillos favoritos, con el fin de mejorar su humor, o tal vez era un intento fallido para crear un ambiente propicio para el diálogo. Sí, es cierto, sé lo que piensan... Suena muy adulto, muy serio, casi terapéutico, pero fue básicamente lo que leí en una de esas revistas femeninas; y al parecer a algunas lectoras les había funcionado.
 

Pero a mí, no.

El sonido de la puerta me sacó de mi ensimismamiento por un momento, y lo ví: Su abundante pelo negro caía húmedo por su frente y sus sienes, y su chaqueta de cuero negro estaba igualmente mojada. Simulé estar dormida, lo sentí acercarse, y me besó. Sus labios sabían horrible, una mezcla extraña de whisky barato, cigarrillos y algo más que no pu de descifrar, tal vez una hamburguesa con carne no muy bien cocida... No sabría precisar.Abrí mis ojos como platos y le dije: "Hola Michael". El sólo sonrió y murmuró un "hola" entre dientes, mostrando su dentadura perfecta. Seguido de esto, sus besos se tornaron más agresivos y salvajes, mientras yo trataba de apartarlo infructuosamente para poder conversar con él. Estaba evidentemente molesta.

Hice acopio de mis fuerzas, luché contra una punzada de deseo repentino para por fin apartarlo, y le grité: "Hey!! Te estoy hablando!! Escúchame!"

- De qué quieres hablar, Michelle? Es hora de sexo, no de charlas.

Todo mi humor se cayó al suelo, y lo miré como si de un extraño se tratase.

- A mí no me hables como si fuera un objeto.

- A los objetos no se les habla.

- No estoy de bromas, Michael. Tienes muchos días llegando en este estado, a estas horas, e incluso aún más tarde. Estoy preocupada por tí, estás raro y no quieres hablar.

- Ahora resulta que no puedo salir. - Dijo resoplando.

- Claro que puedes, pero cuando regresas, eres todo un desastre.

- Celos?


Me enfurecí ante semejante "acusación" y traté de retirarme. De pronto, sentí sus manos
como grilletes en mis muñecas, las miré y lo miré a él: "Suéltame. No quiero tener sexo
contigo hoy
"

Su respuesta no fue en palabras, sino con hechos. Me levantó en volandas y me apretó contra el colchón, se despojó de su chaqueta  con una rapidez sorprendente y se desabotonó rudamente los pantalones y calzoncillos dejando expuesta su masculinidad erguida. Su barba incipiente me raspó la cara, me acariciaba con evidente deleite, mientras su fuerza me hacía daño en la piel: Estaba fuera de control. Me asusté y le grité que me dejara, lo empujaba de la ropa, y de pronto, me volteó y bajó con fiereza mis panties, casi desgarrándolos.

Yo murmuraba: "Michael, espera, así no... Detente! Me estás asustando!"

- Te amo Michelle, no me rechaces.


Me besaba y lamía las piernas, enterró las yemas de sus dedos en mis caderas, y seguido, me embistió por detrás. Un grito escapó de mi garganta y una lágrima desesperada resbaló
por mis mejillas encendidas. Su verga salió y volvió a entrar sin piedad. Henchida, viva, mojada y desgarrante. Estaba sintiendo mucho dolor y me sentía humillada y asustada.
Cuando pensé que todo había terminado, sentí una molestia punzante, y un escozor tremendo, luego de un sonido desagradable: Michael, me había azotado en el trasero, y de muy mala manera, he de decir.

Mi mente se quedó en blanco por un instante. Sentía su semen como calor líquido escurriéndose por entre mis glúteos.
En medio del dolor y el miedo, llorosa, me llené de fuerzas y al voltearme, tomé de los pantalones, y en medio del forcejeo, algo se salió de sus bolsillos y cayó al suelo,lo empujé con mis piernas, y salí de la habitación como alma que lleva el diablo.


Me encerré en el baño, me agaché contra la puerta, abracé mis piernas en posición fetal
sintiendo un ardor increíble en mi pequeño trasero: Lo sentía al rojo vivo. Su voz al otro lado susurraba: "Michelle, estás bien? Querida, escucha, no es para tanto, no quise lastimarte... Abre la puerta!"

"No es para tanto"
"No es para tanto"
"No es para tanto"


Sus palabras hacían eco en mi mente, con tono de locutor de ultratumba, alimentando mi ira
y mi indignación. Lo oía, pero no lo escuchaba, decidí ignorarlo y enterré la cabeza entre mis rodillas.

Al cabo de unos minutos, no se oía nada. Me asusté, y esperé. Esperé.

Minutos más tarde, intenté abrir la puerta: Michael había caído rendido. Con todo y camiseta, y la cintura de los pantalones justo a mitad de su trasero.

No pensé, sólo actué. Tomé un pequeño bulto gris que tenía a mano, y empaqué lo esencial,
blusas, jeans, y ropa interior; desodorante, splash y jabón de tocador. Tomé el celular y el cargador, me vestí con medias oscuras, una falda jean, y una blusa rosa. Acto seguido, salía rápidamente de la habitación, cuando sentí que había pateado algo, y me agaché. Llevé el paquetito transparente hacia la luz que se colaba por la ventana. Entorné los ojos y ví que contenía un polvo blanco. Sentí el alma caer como un yunque a mis pies, y lo observé un instante. No podía ser lo que creía que era.

Lo guardé en el bolsillo y me abandoné la habitación.

Las lágrimas se abultaban en mis ojos, y decidida, tomé un abrigo, un gorro azul para el frío, las llaves, y me dirigí a la salida sin mirar atrás.

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