jueves, 28 de enero de 2010

Historias de Michael y Michelle

-3-

Tabcin, Vaporub y sensualidad

Jueves 28 de Enero 2010

Por Michelle Collingwood

Pasé toda la noche del lunes estornudando, algo para nada común en mí. Me sentía incómoda por Michael, pues el dormía como un niño a mi lado mientras yo tenía toda una sinfonía gripal, así que me dispuse a ir al baño por un momento. Me levanté de la cama apartando las sábanas y busqué a poca luz algún Tabcin o Winasorb olvidado en un rincón de mi gaveta. Al entrar al baño, comprobé el horrible aspecto que precede al resfriado: tenía los ojos enrojecidos y más húmedos de lo normal y la nariz de igual tonalidad. Me lavé la cara y luego fui a la cocina por un poco de agua.

“Será una noche de perros”, pensé muy a mi pesar. Enojada con mi cuerpo por haber sido vulnerable y débil a la enfermedad, saqué, no dos, sino cuatro tabletas de Tabcin. En ese preciso instante, una mano grande y bronceada detuvo mi trago y comprobé que Michael, evidentemente, no había dormido nada tampoco.

- No se combate la gripe con una sobredosis de Tabcin- Me dijo con su voz grave.

- Lamento despertarte Michael… No he podido dormir y esta gripe me está matando.

Tocó bajo el pelo de mi frente y susurró: “Tienes fiebre” Observó con detenimiento mi rostro y agregó: “No me gusta verte así… Tómate el Tabcin, pero solo dos” – Sonrió

- Ya que estamos en la cocina, espero que no te moleste que prepare algo de comer. Parece que será una noche larga y necesito comida para cuidarte- dijo abriendo el refrigerador.

Y dicho esto, volvió su cara, sonrió y movió su sexy figura masculina enfundada sólo por unos calzoncillos azules hacia la mesilla donde estaba yo todo con un manjar antigripal: Tabcin, limonada, té y jarabe para la tos. Me besó dulcemente en los labios y susurró: “De aquí salgo enfermo”. Con su constante humor negro, lograba sacarme de mis casillas y hacerme sentir culpable, por lo que dije:

- Oh no Michael, come y ve a dormir. Yo dormiré en la habitación de invitados. No quiero… Quiero… Achuuuu!!! … Contagiarte. Me desespera enfermarme- Murmuré. Dejé caer mi cabeza en mis brazos, hastiada por la incomodidad que me traía la visita indeseable de la gripe. Me levanté de pronto y me dirigí a la habitación de invitados. Por experiencia aprendí a no esperar mucho afecto por parte de los hombres y me sentí mal porque en cierto modo, Michael sonaba asqueado por mi enfermedad.

Mientras me envolvía en las sábanas, noté la figura alta de Michael en el umbral de la puerta. Tenía un pequeño cuenco con agua, una toallita y un frasco de Vaporub en la mano.

- No escuchaste cuando agregué que no me importaba enfermarme por estar a tu lado. Además, mi novia está enferma, así que no puedo dejar que duerma sola sin recibir mis cuidados. Eres muy afortunada jovencita. No hago esto todos los días. ¿Te mencioné que me haces hacer cosas inusuales?

Su sentido del humor era contagioso. Reí y sentí venir otro estornudo. “Diablos”- pensé.

Me recosté en la cama y al cabo de un rato, sentí la toalla húmeda y fría en mi frente.

- No estás obligado a hacer esto. No quiero que te desveles por mí.

- Pero yo sí – Replicó él.

Media somnolienta, sentí cómo él pasaba por mi piel caliente la toalla, en lugares diferentes. Levantó la camiseta suya que llevaba puesta y me incorporé un poco, mirándolo a los ojos. Él puso su mano en mi pecho y me recostó de nuevo, murmurando algo acerca de dejarlo cuidarme. Sentí un escalofrío subiendo por mi vientre y posándose en mis senos. Tragué saliva y lo miré a sus hermosos ojos verdes, que resplandecían con la luz de la luna, con un brillo hermoso y perturbador.

- Michael… - Su nombre me salió como por instinto. Y suavemente, como un tigre a su presa, él me miró con ojos depredadores y posó su boca en mi pezón derecho. Automáticamente me arqueé de placer repentino. Fue un beso suave y muy húmedo. Se despegó de mí y siguió su tarea de enfermero sexy y provocador.

- Shh… Está bien. No quiero calentarte más de lo que ya estás- Murmuró maliciosamente. Luego, comenzó a frotar el Vaporub en mi pecho, suave y descaradamente lenta, mientras que reparaba en lo agitada que sonaba mi respiración.

Me pasó una toalla seca y se tumbó a mi lado. Bajo las sábanas, sentí su ternura en cada una de mis terminaciones nerviosas. Su calor de hombre era reconfortante y su pecho musculoso subía y bajaba con cierta dificultad.

- Me encanta verte con mis camisetas. Me debato entre la idea de quitártela y dejártela. Es curioso, pero te ves más femenina con mis prendas masculinas.

- Son cómodas. No te sorprendas cuando notes un par de camisetas menos en tu clóset.

Él sonrió y me besó en la frente. Me levantó la cabeza y dijo, mientras resbalaba un dedo seductor por mis mejillas: - He escuchado que la fiebre disminuye si estás cuerpo contra cuerpo. Ven aquí, cariño.

- No quiero calentarte. – Sonreí, usando sus mismas palabras.

- Ya lo estoy. – Murmuró sonriente.

Sacó por mis brazos la camiseta y seguido se quitó los calzoncillos que llevaba. Me atrajo hacia sí y me abrazó con sus fuertes brazos.

- No pasará nada. Sólo quiero aliviarte y sentirte así. No dudes en pedir lo que necesites; permaneceré despierto para ti.

- Gracias Michael. De verdad no quería incomodarte. Eres un amor… Y te amo.- susurré mientras besaba su pecho.

Mientras dormitaba y sentía el calor de su cuerpo desnudo pegado al mío, poco a poco me fui relajando. Era un momento especial, silencioso y mágico. Compartimos más que un calor corporal, habían palabras mudas, nunca dichas rondando en el aire. Habían caricias inocentes, y no tan inocentes; exploradoras y de complicidad recorriendo nuestras pieles. Vagamente, sólo vagamente, me pareció haber escuchado algo como:

- No más que yo, Michelle.

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