domingo, 31 de enero de 2010

Te invito a París









¡Oh, París! Dueño de las imágenes coloridas que han cautivado mi imaginación, desde pequeña, y aún la tiene retenida. Esas imágenes que desbordan amor, arte, sonrisas y innumerables historias fascinantes. Nadie imagina, cuanto soñé con oler el aroma a romance y clasicismo impregnado en ese aire parisino.

La única diferencia de aquellos remotos tiempos de mi niñez y ahora en mi juventud, es que, esas imágenes, en las que yo aparecía sola o con mi familia, fueron cambiando para otras en las que la presencia de una silueta extraña se hace inminente; y finalmente, ese muchacho extraño y sin rostro, se desprende del disfraz, justo como lo hace la mariposa del capullo en un día cualquiera de primavera.

Ahora ese rostro es conocido para mí. Es aquel en el que se dibuja una sonrisa cautivadora, unos labios deliciosos y unos ojos de ensueño. Sé que te han elogiado tus ojos; pero, ahora te pregunto: ¿Te han dicho que guardas más que unos ojos bonitos?

En esta ocasión especial, mi tímido corazón te hará una confesión: Desde hace un tiempo, vivo en dos mundos. Uno es ese que todos conocemos, y otro es ese maravilloso mundo interior que escondes tras tu mirada esmeralda. Un mundo exótico, con millares de divinas obras de arte con las que me deleito embelesada cada vez que te miro. Date cuenta de la infinidad de destellos perfectos que guardas, alrededor de tus pupilas y más allá de ese iris verde. Quédate de pie frente al espejo, y descubre tu propio encanto, tal y como lo he hecho yo. Eres mucho más de lo que crees, porque tus pestañas rubias y castañas enmarcan dos auténticos tesoros. Reflejas ternura y pasión, ímpetu y calma al mismo tiempo, la armonía perfecta entre lo puro y lo mundano. Un ser virtuoso y magnífico con quien tengo una cita esta noche.

Sí, esta noche. No dormirás solo, porque te he tomado de la mano para que vengas conmigo a la ciudad de las luces, del romanticismo y de la magia, en un viaje sin igual. Así que, desliza tus blancos dedos por la suavidad de la almohada, despídete de ella por hoy, y finalmente, dile que hay una chica fantasiosa y con alma infantil que descabelladamente, quiere alejarte de casa.

Solamente danza conmigo en la lluvia y bajo la mirada silenciosa de la Torre Eiffel. Dame tu mano y déjame sentir por lo menos un pliegue de tu vasta piel tibia. Más aún; regálame un beso, de esos que sólo tus labios carnosos saben diseñar. De esos cálidos, húmedos y exquisitos. Mírame a los ojos, cielo mío, y bríndame una vez más el eterno éxtasis que trae tu mirada.

Déjame perderme en ella. Una y otra vez.


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