lunes, 14 de junio de 2010

Historias de Michael y Michelle

- 7 -
Placeres reanudados
Por Michelle Collingwood
Viernes, 12 de Junio 2010


Las ramas de los árboles se mecían perezosas bajo mi distraída mirada aquella mañana, mientras pensaba qué cantidad de ropa debía llevar para mi viaje de trabajo. Habíamos hecho muchos progresos en la oficina, y mi jefa estaba contenta conmigo. Pocos días después, se presentó una jornada de capacitación que tendría lugar en otro estado y ella no dudó en comunicarme tan atractiva noticia. Me llamó para asistir, por lo que, en mi mar de ansias por crecer profesionalmente, acepté sin muchos rodeos. Debía irme a Delaware y hospedarme en el hotel anfitrión del evento por 4 días consecutivos.

Por otro lado, Michael y yo habíamos tenido problemas… Otra vez. Luego de haber discutido con él, aquella tarde de Mayo, pensé muy a mi pesar: “Lamentablemente, el amor no lo es todo en una relación”. Ese día había quedado devastada a raíz de unos comentarios (sin mala intención alguna, pero igualmente hirientes) que él había hecho. Sentía como una sombra inexistente se cernía de una manera imperceptible, pero ponzoñosa sobre nosotros y nuestra relación. Esa noche, mis almohadones, mi almohada y todos los demás habitantes de mi cama, se vieron mojados por mis lágrimas saladas, en un intento infructuoso por librarme de la frustración y de la incertidumbre.

Mi mente andariega volvió al presente, en el que Michael y solo somos buenos amigos que compartieron meses de felicidad, y lo imaginé… Rozando unos cabellos que no eran los míos, besando una boca que no era la mía, sujetando con su fuerza masculina unas caderas que no eran las mías… Tomando entre sus manos grandes y ásperas una chica sin rostro y de repente, así sin avisar, una lágrima discreta se escabulló por mis mejillas sonrosadas hasta llegar a la comisura de mis labios. La sequé rápidamente, y me apresuré para terminar y abordar mi avión lo antes posible. ¿Debía decirle a Michael que me marchaba por unos días? Técnicamente no tenía responsabilidad alguna, pero una vocecilla diminuta me susurraba que si… Otra,, sin embargo, por otro lado, sonando incluso más fuerte, me decía que no.

En el denominado "Primer estado" llovía cuando llegué al Rehoboth Beach Hotel. Se trataba de una ciudad con hermosas costas y pensé con dolor que no iba a tener la oportunidad de estrenar mi bikini nuevo. Luego de la ruptura con Michael, decidí dedicar tiempo para mí, a mimarme, a conocerme, a ponerme bella. Compré lencería de encaje, combinados, con tonos coloridos; otros tenues y suaves; solo para experimentar y ver que tan linda podía sentirme.

Al día siguiente, me dispuse a tomar un buen desayuno y asistir a mi seminario. Miré con alegría la tímida, pero brillante luz del sol que me sonreía por los pliegues de las cortinas de las ventanas. La imagen de mí misma con mi bikini, una piña colada servida en un coco, con sombrillita incluida, y mis dorados cabellos ondeando y jugueteando con la brisa playera animaron mis pensamientos.

Las charlas, los talleres y demás, estuvieron magníficos ese día. Me sentí enormemente emocionada por aprender cada vez más, en un lugar diferente de mi lugar habitual. Al terminar las largas jornadas, me dispuse a caminar por las calles de Delaware, incluyendo el histórico Fort Delaware State Park. Con una coqueta mini falda color rosa y un refrescante top blanco....Andaba justo como a Michael le gustaba verme. Sencilla. Simple. Linda. Mientras caminaba,distraída, sentí una corriente fría correr entre mis dedos blancos, haciendo eco del vacío que él dejó entre ellos. Solíamos caminar juntos tomados de la mano. Solíamos sonreír uno al otro. Solíamos robarnos besos. Solíamos ser felices.

Dejando atrás las memorias, iba tomado fotos a cualquier cosa que me gustara. Al final de mi día, me dispuse a tomar una copa en un bar del hotel, y luego subí a la muda soledad de mi habitación. Con la lencería nueva abrazando mi piel, y habiéndome dado un baño con aceites y cremas aromáticas, mi cama me dio la más cálida de las bienvenidas. Eran las 12:30.

En medio de la madrugada, vi el reloj. 1:45. Algo me despertó, y no identifiqué con exactitud que fue.

2: 05. Un ruido fuerte y seco en la puerta, me despertó con más ahínco. Pensé que era alguien que se había equivocado de habitación, así que tomé mi sábana, me envolví en ella, y fui a abrir.

Mi asombro fue tal que me quedé literalmente petrificada. Era Michael.

Su silueta oscura se iluminó con sus deslumbrantes ojos verdes y se posaron en mi rostro, aún en shock. Del otro lado de la puerta, inconscientemente, solté mis sábanas. Había perdido las fuerzas y mi cerebro tardó en emitir mensajes de motricidad a mis extremidades.

- Hola… - Dijo en un susurro.
- Michael… Yo… Eh… Mmm… Eh… Hola.
- ¿Cómo has estado?
- Bien… ¿Pero, qué haces aquí? ¿Cómo te enteraste de que yo...?

En ese instante, sólo sentí su peso sobre mi cuerpo, encerrado en un abrazo posesivo. Sentí en él las tantas cosas que no sabe explicar con palabras claras y llanas.

- Tengo mis contactos, y créeme cuando te confieso que no te he perdido la pista ni un solo instante. Escucha, iré directo al grano: Michelle… Yo te amo. Tan sencillo como esas tres palabras. No soporto el hecho de tenerte lejos. Simplemente, la mera idea, me hace daño… Me molesta... Me duele. Yo he venido por ti, porque te necesito, porque te quiero, y estoy dispuesto a hacer hasta lo imposible por que vuelvas a mis brazos.

- Pero… Ahora estoy en ellos… - Dije sarcástica, pero sin humor alguno.
- Muy graciosa… Sabes perfectamente a qué me refiero.
- Me dejas ponerme… ¿Algo más de ropa?
- ¿Segura que quieres vestirte para mi? - Preguntó con una sonrisa socarrona.

Él me miró con una expresión entrañable y sensual. De pronto, sentí que ponía en evidencia mis deseos por él y mis mejillas ardían de la vergüenza. Él cerró la puerta, y en la penumbra de mi habitación, a la tenue luz de la luna que se colaba por los ventanales, con el ruido al fondo de las olas en un eterno vaivén, el me susurró: "Solo dime que quieres que me marche… Y lo haré."

Le lancé una mirada culpable. No quería que él se marchase. Y lo sabía. No quería dormir otra noche más percibiendo la helada soledad de mi habitación. Aquella noche, no. Desvié la vista hacia abajo, y él deslizó un dedo blando y largo por mi abdomen, mientras susurraba: “Te he extrañado como no te lo imaginas. He extrañado tus sonrisas, tus abrazos, tus susurros, tu pelo… Tu piel”.

Comencé a temblar ligeramente, y me volteé. “Las cosas no son como antes, Michael… A veces, me cuesta dejar atrás lo que ha pasado. A mi mente llegan recuerdos, palabras, frases... Además no sé, no sé... Yo no sé si tu…”

- No Michelle. Mis labios no han probado otro sabor más que el de los tuyos. Si es lo que tu mente maquinadora e imaginativa está pensando. ¿Cómo puedes si quiera pensar una cosa así? ¿Es que no te das cuenta? ¿No lo percibes? ¿No lo sientes? ¿No notas que mi expresión cambia en el preciso instante en que mi mirada se cruza con la tuya?

Luego de aquellas palabras lanzadas directamente como un dardo, el me miró con intensidad. Yo lo observé dudosa y comencé a hilar frases ininteligibles, con un tono tartamudo, mientras él se acercaba lentamente; y muy despacio, susurró contra mis labios húmedos: “Vuelve conmigo y déjame amarte... Por favor...”

En ese instante, mis defensas llegaron a su límite, y me dejé llevar por la magia de su beso fogoso y hambriento. El sabor insípido de su saliva era como un licor embriagador para mí. Enterró sus manos entre mis largos cabellos y susurraba a mi oído palabras de amor. Él había viajado hasta allí solo por mí... Para estar conmigo... Para volver a ser "nosotros".

Michael regó besos tiernos en cada pliegue de mi piel ansiosa, mientras deslizaba sus manos por debajo del baby doll que cubría los cheekies de encaje suave. Yo me aparté algo nerviosa, y el me miró con cariño y dijo: “¡Tan linda! Escucha, estás conmigo, amor y no pasará nada que tu no quieras… Simplemente déjame sentirte y dame la dicha de dormir a tu lado… Abrazado a tí.”

Tímidamente lo fui despojando de su chaqueta y su camiseta. Acariciaba su vasto pecho suavemente, con unas ansias renovadas y rejuvenecedoras. Parecía como si fuera la primera vez que nos veíamos así el uno al otro, mirándonos con admiración y con constantes sonrojos. Era tan bello vernos así… Destilábamos amor por cada poro de nuestras pieles pálidas.
Afuera, la sinfonía de la naturaleza se escuchaba cada vez más lejos, al tiempo que sentía cómo él me empujaba con meticulosa suavidad hacia el colchón, y una vez completamente desnudos, trazó con sus labios un camino delicioso desde mi cuello hasta mi abdomen, pasando por mis pechos y depositando millares de besos cálidos en mi cadera, de izquierda a derecha y viceversa, mientras retiraba con un par de dedos mi panty de encaje. Poco a poco yo me sentía en otro plano deslumbrante de erotismo y pasión. La lentitud de Michael me llevaba sutilmente al delirio y al éxtasis.

Me lanzó una mirada lasciva y una sonrisa gatuna y sensual se vislumbró en su rostro antes de bajar un poco más allá, rozando su lengua húmeda entre mis pétalos femeninos. Yo me retorcía temblorosa y mis labios se secaron de repente. Entre espasmo y espasmo, sólo podía pensar en él… Y en su lengua danzando magistralmente en mi húmedo interior. Hacía maravillas indescriptibles, movimientos circulares, otros, verticales, suaves y lentos, al tiempo que la sacaba despacio y lamía para volver a entrar sigilosamente en mí. Mi mente vagaba perdida por otros universos, y mis uñas se enterraban con furia en las sábanas blancas. Él se aproximó a mí, subiendo hasta la altura de mi rostro; yo le dirigí una mirada cargada de éxtasis, y abracé su cuerpo caliente al mío. Sus manos me tocaron entre mis pétalos humedecidos… En mi sexo hinchado. Luego llevó ese dedo culpable, a la boca, lamiendo la respuesta natural de mi cuerpo hacia él, y mientras yo lo miraba embelesada por tan erótica escena, llevó su dedo la mía para que yo fuera testigo de la evidencia del placer.

“Me encanta tu sabor. Simplemente me encantas toda tú.” – Susurró contra mi oído.

Y lenta, muy lentamente, acurrucó mi cuerpo excitado entre sus piernas, y recostó mi cabeza en su pecho para que me dejara amar una vez más por él.

Aún no estoy segura, pero me pareció escuchar un “Gracias, mi amor”, muy a lo lejos, entre sueños.

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