sábado, 4 de abril de 2009

Historias de Michael y Michelle

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Mi primer éxtasis

Martes, 21 de Octubre 2008

Por Michelle Collingwood

Hoy lo ví. Estaba cansado luego de un pesado día de trabajo. Era viernes y él contemplaba la lluvia desde la penumbra de la sala de estar, mientras se fumaba un cigarrillo con el pecho desnudo y su vieja camiseta negra echada al hombro. Tenía la mirada perdida cuando me acerqué a él y mientras le sonreía, le retiré el cigarrillo. Sé que lo hace cuando está confundido y no sabe qué hacer respecto a algo… Un motivo un poco tonto si me pides mi opinión. Pero así es él: de apariencia malvada, impredecible, enigmático, apasionado y perturbador. No subió la vista cuando llevé a cabo ese acto de buena voluntad y de contribución a la sociedad de los “no fumadores”, sólo se limitó a sonreír, tan masculino, tan seguro de sí mismo, y suavemente me miró a los ojos. Y allí estaba yo, sintiéndome más que desnuda, transparente, bajo la intensa luminosidad que emanaban sus ojos verdes llenos de emociones indescifrables y enmarcados por dos espesas líneas de pestañas negras como el azabache. Una vez más, fui testigo fiel de lo guapo que es, con el pelo revuelto, labios carnosos, fuertes brazos artísticamente tatuados, sombra de barba… Con aura tan sexual, que se puede hasta cortar en el aire. No aguanté mas los nervios, y me disponía a marcharme, cuando el, dulce y casi imperceptible, me tomó por las muñecas y me atrajo hacia sí diciendo: "No te vayas". Sonaba tan tierno… Tan necesitado de calor y afecto, y por increíble que parezca, tan débil. Sus manos transmitían una calidez contagiosa, y sólo ahí comprendí que estaba perdida.

Me limité a sonreírle de nuevo y, con el corazón casi desbocado, me senté a su lado y comenté vagamente: “Me encanta cuando llueve, todo se limpia y la tierra comienza a desprender su olor”. Sin pensarlo dos veces, salí al balcón, teniendo la segunda intención de escapar de su mirada escrutadora, y bajo la lluvia me apoyé en las barandillas. La ciudad estaba, como siempre, ruidosa y las personas murmuraban y caminaban hacia sus casas y seguía mirando a lo lejos cuando sentí una presencia tras de mí. Allí estaba él, con sus musculosos brazos apoyados a ambos lados de mi cuerpo, y descansó su rasposa barbilla en mi cabeza mojada.

Mientras trataba de darle un aire casual al ambiente diciendo cosas triviales, sobre el clima, la gente, la contaminación ambiental, Michael soltó una carcajada cargada de humor y contra mi oído murmuró:” La verdad que eres una experta en desviar las cosas. Déjame decirte que conmigo eso no va a funcionar”. Sentía el calor húmedo de su aliento calándome hasta los huesos. No aguantaba más. Era toda una tentación sumamente peligrosa. Por lo que me dí la vuelta y me disponía a marcharme una vez más, cuando el apoyó la frente contra la mía. Cerró los ojos y en la comisura de mis labios, dijo: “Aún bajo esta lluvia fría, mi cuerpo arde en puro deseo, mejor te dejo ir antes de que no responda por mis actos.”

Estaba al límite.

Cerré también los míos y callando los gritos de mi razón de que me fuera de allí, me secara y echara llave a mi habitación, le dije titubeante y nerviosa: “No… no estoy segura de querer irme”. Llevó sus labios a solo milímetros de los míos y murmuró: “Te amo”. Y me besó. Fue un beso cargado de tantas y tantas cosas que mi querido Michael no sabe expresar con palabras. Al principio fue dulce, tierno, pero después se tornó apasionado y fogoso. Rodeó mi cintura con su brazo izquierdo para pegar nuestras caderas y con su mano derecha me sostuvo la cabeza para tener un poco más de control sobre nuestros besos simultáneos. Todo quedó en total silencio en unos pocos instantes, y yo solo podía sentir. El centro de mi femineidad comenzó a humedecerse y lentamente un calor repentino inundó mi cuerpo. Eran reacciones un poco desconocidas para mí, y de pronto reparé en el hecho de que mi virginidad estaba llegando a su fin. Pero nos amamos y en ese momento estaba segura de que quería que fuera Michael quien me arrebatara la inocencia.

Nos separamos por un momento y el me preguntó si estaba segura de hacerlo. Y tímidamente asentí. El me miró y me dio otro beso lento. Sentía sus manos grandes y expertas que me desabrochaban los botones de la blusa ya mojada por la lluvia, las notaba recorrer cada centímetro de mí. Se deshizo de mis pantalones y yo tímidamente hice el intento de quitar los suyos, pero me invadió la vergüenza y retiré mis manos mientras alzaba la vista hacia él. Sonrió y tomó mis manos con las suyas y las dirigió al botón de sus jeans, murmurando: “No tengas miedo, sabes que soy tuyo desde hace tiempo ya… En mis sueños hemos hecho esto un sinfín de veces”.


En solo momentos la ropa era solo un bulto en el suelo mojado de la terraza. Estaba completamente desnuda e instintivamente me cubrí los pechos y el retiró mis manos y me dijo: “No los cubras, son hermosos, igual que tú; incluso estás más maravillosa que en mis sueños”. Mis mejillas ardían como nunca, sonreí y el comenzó a tocar mis pechos, bajó la cabeza y atrapó cada uno con su boca y yo me sentía en otra dimensión. "Era demasiado", pensé. Él pegaba mis caderas contra las suyas, y el bulto entre sus muslos se hacía notar, era duro, era muy evidente y me sentía humedecer cada vez más. Me alzó en sus brazos y me llevó a uno de los enormes sillones que había bajo el tejado del balcón y me depositó con sumo cuidado en él. Estaba temblorosa y nerviosa, mientras lo miraba con ansiedad y la respiración entrecortada. Cuando reanudamos nuestra sesión de besos, el comenzó a quitarse los calzoncillos hasta que quedó exactamente como Dios lo trajo a este mundo, era excitante, era una visión extraordinaria. Y estaba tan irresistible con el pelo mojado y la respiración agitada. Se dirigió hacia mí y mientras me besaba, bajó su mano derecha, apartó mis muslos y acarició mi mayor punto de placer, y hasta sin darme cuenta, me apreté contra su mano. Estaba avergonzada por esas reacciones que desconocía, pero me sentía enloquecer y el me sonrió con descaro, evidentemente complacido por ser en encargado de darme el mayor placer del mundo, de verme completamente ajena a la razón y derritiéndome entre sus brazos. De pronto, el bajó su cabeza y yo me incorporé, expectante. Me miró con los ojos llenos de puro deseo y comenzó a acariciar con su lengua mi entrepierna. Hacía movimientos circulares y yo estaba a punto de desmayarme de tantas y tantas cosas que en ese momento me mostraba. Me incliné hacia atrás y él subió de nuevo, subió lentamente una mano por mi espalda, la cual hizo hizo de respaldo a mi cuerpo cada vez más débil y sensible, me besó.


Poco a poco, descubrí que no solo era yo la que estaba perdiendo el control. El Michael que conocía era totalmente distinto del de ahora: El sudor cubría su desnudez y parecía un hombre en su más primitiva versión. Entre gemidos y gemidos, y con la respiración agitada me murmuró: “Ya no lo soporto más… Escucha amor, esto te dolerá esta vez, pero lo haremos juntos… Sólo sujétate con fuerza y confía en mí… Seré lo más delicado que el poco control que me queda me permite”. Me sujeté a sus hombros y a las telas con fuerza y me preparé para la embestida. Me penetró con un movimiento seguro y fuerte… Lo que poco a poco se fue tornando más salvaje. Yo grité, y él con un gruñido casi animal, comenzó a moverse dentro de mí con a un ritmo increíble, como una danza erótica y enloquecedora. “Siento demasiado”, pensé. Mis partes íntimas parecían más sensibles y doloridas que nunca, como si estuvieran siendo descubiertas… Pero me ahogaba en un éxtasis indescriptible, y mi razón se fue de vacaciones por tiempo indefinido.


Al cabo de un lapso de tiempo desconocido, ambos yacíamos desnudos en el enorme sillón, sudados y exhaustos. Bajó las sábanas, Michael me abrazó y me pegó contra su cuerpo. Le dí un beso y le dije: “Yo también te amo”. En ese momento descubrí algo que me dejó petrificada, era una humedad distinta del sudor, era salada y resbalaba por sus mejillas: Michael estaba llorando.
Con el corazón encogido, me incorporé un poco y le pregunté: “¿Pasa algo? ¿Te sientes mal?”. Un sinnúmero de ideas pasaban por mi mente: ¿Estará insatisfecho? ¿Decepcionado? Era la primera vez que lo veía llorar. Michael Locke ¿llorando? Tenía que estar bromeando. Hasta que él me contestó sonriente: “Cambia esa cara de preocupación, y aparta esas ideas disparatadas que sé que seguramente tienes en la cabeza”

“¿Por qué lloras?”, le pregunté.

Me besó la frente, los ojos y tomó mi cara en sus manos y me dijo: “Nunca, ni en mis más lejanas y locas fantasías, pensé que algún día llegaría a unir mi cuerpo al de la mujer que he amado desde tanto tiempo. Y más aún de esta manera. En mis sueños, te hice el amor como un salvaje. Acaricié, besé y lamí tu sexo y tu cuerpo una y otra vez, despertaba sudado y con una grata sorpresita entre mis piernas húmedas. Pero tú, la mujer que siempre deseé, el amor de mi vida, quien me tiene la mente nublada cada vez que te veo, me has dado el regalo más grande: Ser uno solo contigo. Sé que parezco un maldito estúpido porque, nunca lloro. Hoy estás descubriendo muchas cosas de mí, ¿eh?" Y curvó sus labios carnosos en una media sonrisa al tiempo que me apretaba el trasero. Yo inmediatamente me sonrojé tan roja como un tomate y murmuré casi para mí: "Descarado"

Él continuó, diciendo:“Desde mucho tiempo atrás, te veía sola, a veces entristecida y cabizbaja, y en silencio sufrí contigo, te consolaba. Me destrozaba por completo verte así. Maldije mil veces a aquél que se atrevía a hacerte sentir mal. Y cuando estabas feliz, reía contigo y me alegraba de tener la dicha de ver la criatura más bella y especial del mundo gozar de tanta felicidad. Te tenía como en una cajita de cristal. Estabas lejos de mí, porque sabía que William, te quería también, y yo no era quien para arrebatarle su amor”.

“Eres tan preciosa, tan segura de ti misma, tan decidida… Otras tan frágil y vulnerable. Aún con mis miedos y con mis obstáculos te observaba desde lejos, por la ventana y deparaba en tus ojos, en tus expresiones al concentrarte, al enojarte, al dormir la siesta en tu cama. Parecías el ángel más inocente que tenían los cielos. Y cuando estabas cerca de mí, era imposible razonar”.

Hasta que hoy, finalmente mandé al diablo la cordura y te besé… Y por dentro alabé a Dios, le agradecí… le dije: En cualquier lugar que estés, MUCHAS GRACIAS”

“La única explicación posible a todo este delirio es una sola y es muy simple: Te he amado, te amo y siempre te amaré”

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2 comentarios:

  1. Oh Jusso san! esto es bello y apasionante por favor sigue escribiendo y saca un libro algun dia! lo comprare que imaginacion tienes,k letras perfectass que historiaa!

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  2. Gracias Lissetto!! De verdad, gracias por alentarme! Hoy subiré un segundo capítulo, narrado por Michael. Será un enfoque totalmente masculino, jajaja!

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