martes, 8 de octubre de 2013



Historias de Michael y Michelle


-23-

El lado oscuro de Diane

 

Michelle se marchó ayer en la tarde, dejando todo ordenado y limpio. Estaba segura de que esta traumatizante experiencia por la que había pasado, la había marcado bastante. Al menos, me sentía tranquila porque volvió a su apartamento muy recompuesta luego de lo ocurrido.

 A decir verdad, una parte de mi era muy team Michael. El sujeto en cuestión contrastaba muy bien con ella, y hacían una mezcla bastante interesante como pareja. 

-       - Trataré de apoyarla siempre – Pensé en voz alta en mi oficina mientras le daba vueltas distraídamente al globo terráqueo que tenía en mi escritorio. Me gustaba mucho mi trabajo como relaciones públicas de una prestigiosa empresa turística de Nueva York. De hecho, lo disfrutaba bastante. Todos los días siempre había algo nuevo y diferente qué hacer. 

Sin embargo, mi día transcurrió lento y pesado. Una vez que me acostumbré a tener a mi amiga Michelle en casa, es difícil volver a la normalidad. Tenía pijama parties todos los días, veíamos películas romanticonas, comíamos cheetos, helado y usábamos pijamas aniñados color rosa. Era simplemente genial.

 
Llegué a casa a eso de las 10:30 de la noche, luego de caminar un largo tramo de la calle, la cual estaba completamente a oscuras, y automáticamente sentí una punzada de miedo repentino. “Bastante extraño”, - deduje. Es un vecindario con muchas luces, más aún a medida que se van acercando los días navideños.


Aquí llega mi momento de humanidad: Es cierto que veces parezco una femme fatale, pero soy humana, a fin de cuentas; y resulta que increíblemente, hay cosas que me asustan. A diferencia de Mich, yo era bastante más fuerte, decidida y desinhibida, pero, lo de las sombras sinuosas y calles oscuras no estaba en el libreto. Por las ventanas de mis vecinos, se vislumbraban pequeñas luces doradas; velas y lamparillas, asumí. Los árboles se mecían perezosa y misteriosamente al compás de la brisa nocturna y las nubes también tenían un lugar importante en este negro paisaje: Daban la impresión de ser como fantasmas o almas en pena merodeando el cielo.  

Por fin, llegué a mi humilde morada. Acto seguido, introduje la llave, y entré.
Un silencio sepulcral se extendía a lo largo y ancho del lugar, y un escalofrío me escaló por la espina dorsal.

-       ¿Brian? ¿Cariño? ¿Estás en casa? – Llamé, casi con un temblor en la voz, mientras alumbraba con la luz de mi celular al atravesar el umbral de la puerta.

-     -   ¡Diane! Sí, estoy aquí. Ha habido una avería en el sistema eléctrico. Hubo humo y fuego a unas cuantas calles más arriba. Son varias las cuadras que no tienen energía. ¿Qué tal tu día? – Preguntó, dándome un besito en la frente.


-       - Uff… - Suspiré de alivio, y lo abracé fervientemente, Eso lo explica todo. Bien, mi día estuvo bien, supongo. Un poco lento para mi gusto, pero bien – Comenté despreocupadamente. 

Por suerte, Brian había iluminado con velas algunos lugares de la casa, y había llevado hamburguesas para cenar. 

-       - Oh, wow… Muero de hambre – Dije con la boca hecha agua, mientras abría uno de los paquetitos, y le miré con una amplia sonrisa infantil.
-       - Igual yo. ¡Buen provecho! – Agregó.
-       - Gracias por la cena, Brian – Le dije con una sonrisa sincera.
-      -   No es nada, muñeca – Dijo él, con la boca llena.

Mientras engullía con satisfacción mi cena, noté que él se había dado un baño. Su pelo café intenso, se veía negro a causa de la poca iluminación de nuestro hogar.

Una vez terminada la cena, mientras él recogía la mesa, yo me dispuse a tomar un baño también. Al salir de la ducha, el frescor de la noche que se colaba por mi pasillo me abofeteó la cara de una manera bastante agradable. Me dirigí a nuestra habitación, fui a tomar una de mis más cómodas camisetas del clóset, y un tintineo metálico captó mi atención, al notar caer un objeto entre mis pies desnudos.

Se trataba de un par de esposas. 

Me agaché y tomé el curioso artículo entre mis dedos. Lo observé con detenimiento, bajo la poca iluminación que me brindaban las velas, y respiré profundo.

Mis pensamientos oscuros, al más puro estilo dominatrix, llegaron a visitar mi mente. Eché un vistazo a los demás “accesorios”: Botas de cuero, ligueros, corsettes, cintas, cuerdas… Y otros tantos artilugios más. Éste era al que yo denominaba cariñosamente “El lado oscuro de mi clóset”. Como podrán imaginar, no es apto para menores, ni para cardíacos, y únicamente Brian tiene acceso (restringido) a él por necesidad, puesto que compartimos el mismo clóset, y por suerte, guardo otras sorpresas bajo llave. 

Había algo muy interesante en algunas prácticas sexuales con ataduras, y a veces se me hace difícil ocultar mi lado menos dulce. En ese preciso instante, me inundó aquella energía vibrante tan familiar para mí, inspiré una bocanada de aire y me tomé mi tiempo para vestirme con todo lo que encontré a la mano. Sostuve unas cuerdas y un par de esposas en mis manos, sintiendo el extraño entusiasmo que me transmitían aquellos curiosos objetos. Una vez terminado mi ajuar, llamé a mi chico con una invitación aparentemente inocente:

-       - Brian, ¿podrías ayudarme con algo? – Pregunté
-       - Por supuesto – Dijo a lo lejos, pero alto y claro. 

Nada más entrar y verme a contraluz, prácticamente transformada en su dominatrix, la mirada de Brian cambió por completo. Sus ojos se oscurecieron y relampaguearon a la luz de las velas, mirándome de pies a cabeza, de una manera muy intensa. Acto seguido se acercó a mí, tomó mi barbilla entre sus manos, y con los ojos clavados en mis labios sedientos, y deslizó un dedo apretada y rasposamente contra ellos, como simulando que me quita el lipstick. Apreté los ojos de puro placer y expectación, y le mordí el labio. Algo entre mis piernas me hizo cosquillas, y todo a nuestro alrededor, que estaba prácticamente oscuro, dio un giro inesperado convirtiéndose en el escenario de nuestras fantasías.

Me eché hacia atrás, y abrí la parte del corsette que guardaba mis pechos blandos, y me toqué exclusiva y únicamente para él. Acaricié mis cumbres ya de por sí sensibles ante la expectación y lancé un suspiro casi inaudible. Brian por su parte, se deleitaba con la vista. Sabía lo que él veía porque hemos hecho el amor frente a los espejos… Y me gustaba. Una vez que controlé mi vergüenza al desnudarnos, me gustaba vernos arder de placer, disfrutar de ver cómo me tocaba y verlo a él disfrutar con lo que hacía. Desde otra perspectiva, era tremendo. 


Simplemente excitante. 

En ese instante, Brian se dirigió a mí, algo apresurado, muy serio, y con la respiración entrecortada. Yo le frené el paso, y murmuré contra sus labios: Despacio, mi amor. 

Le tomé las muñecas y algo distinto se apoderó de mí. Me gustaba interpretar ese papel de dominatrix, esa fuerza que me otorgaban las cuerdas de amarre o la autoridad que brindan las esposas. Me sentía total y absolutamente responsable de SU placer, y me encanta la idea de que me deje hacer… Todo lo que yo quiera. 

Lo até en una silla, y él… Me “dejó hacer”. Le vendé los ojos, le lamí los labios, despacio… Muy despacio, disfrutando de ellos al máximo. Puse un poco de loción en mis pechos ya desnudos, me senté a horcajadas sobre él, con ambas piernas a los lados de las suyas, y aplasté mi tórax contra el suyo. Los deslicé… Arriba, abajo, a los lados… Con destino a su boca. Un viaje directo al éxtasis... Era una delicia sentir su lengua tibia endurecer mis pezones. Mi mente relataba explícitamente todo lo que sucedía entre nosotros, como si de una narración erótica se tratase. Su cuerpo se tensaba de vez en cuando, y gemía entrecortadamente cuando enterraba mis uñas en su piel. Te tomé por la nuca y lo besé profunda y lujuriosamente, en la boca, en el pecho, en el cuello… Y más al sur.  

Afuera, las sombras siniestras se movían danzantes entre las cortinas, y la brisa entraba a través de ellas. 

Sobre el cuerpo de mi amado, mis labios trazaban recorridos largos, succionaban, y calentaban allí donde hacían parada. Brian se retorcía de placer y de vez en cuando, amagaba con soltarse… Sin éxito. Lo besé en todas partes, apreté con dulzura una y otra vez en aquellos lugares en los cuales no da el sol. Lo besé y lamí una y otra vez.

Él me besaba con enloquecida desesperación. Y una vez así, le solté el vendaje de los ojos, lo despojé de su ropa interior, y suavemente, le di la bienvenida en mi interior, introduciendo su miembro caliente dentro de mí: “Hola cariño”, le dije insinuante al oído, cuando en el momento celestial de su entrada, sentí mi sexo palpitar al rojo vivo. Moví mis caderas al compás de mis instintos, una y otra vez, intercambiando ritmos lentos y otros más rápidos, permitiéndole penetrarme cada vez más profundamente. Nuestros gemidos se mezclaban en el aire, con el calor del fuego de las velas, en un aire sobrecargado de lujuria y deseo desenfrenado.

Cuando mi cuerpo me pedía a gritos que dejara que Brian lo tocara, tomé las llavecitas diminutas, y liberé sus manos para que me disfrutara y se diera un festín con mi desnudez; o al menos, con parte de ella. De una manera salvaje, Brian hizo honor a su masculinidad y a su comportamiento más básico despojándome de mi atuendo por complete de una forma casi salvaje, dejándome completamente desnuda, y a su merced. 

-      -  Ahora es mi turno... Mi turno de “dejarme hacer” – Fue lo último que le escuché decir, mientras jugueteaba haciendo círculos en el aire con las esposas.


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