domingo, 14 de marzo de 2010

Historias de Michael y Michelle

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Domingo 14 de Marzo 2010
Más de un abrazo en la oscuridad
Por Michelle Collingwood


Michael llegó más temprano de lo esperado aquella noche. En el momento preciso en el que lo vi entrar por la puerta, experimenté una euforia indescriptible. En mi rostro pálido y enmarcado por rizos rubios, se esbozó una sonrisa tierna, sincera y locamente enamorada. Afuera había llovido y el entró empapado y estornudando.

- Michelle… Hola. – Dijo. Su rostro cansado y húmedo, me devolvió la misma sonrisa que le había regalado al verlo entrar.
- ¡Michael! – Corrí como una niña contenta directo a sus brazos masculinos y al refugio incomparable de su pecho. Lo abracé. Y estuvimos así por lo que parecía una eternidad, envueltos en un aura de magia y complicidad. Él enterró su cabeza mojada entre mis cabellos, un rincón tibio junto a mi cuello, y me susurró al oído: -“Guess what? My body missed yours… So much…”

El aliento cálido recién salido de su boca me erizó los vellos de la nuca y me hizo cerrar los ojos. Sonreí más para mí que para él y le respondí: - “So did mine”. Nos separamos por unos instantes, y el me plantó un beso cálido y suave en mis labios rosados. Le ayudé con su equipaje. Le quité la chaqueta mojada al tiempo que me contaba lo tedioso de su viaje, y mentalmente diseñaba un menú para consentirlo esa noche. Pese a lo limitadas que son mis habilidades culinarias, luego de esforzarme un poco, el resultado fue más que bueno.
- Bistec encebollado y puré de papas con pudín de chocolate como postre… Vaya, ¿quién eres y que diablos hiciste con mi novia? – Dijo, mientras me sonreía burlón.
- Muy gracioso, muy gracioso… ¿Me quedo yo o busco a tu novia?
- Ve y búscala. Por más que te parezcas a ella, al más ligero cambio, ya no eres Michelle.

- ¡Jajajajaja! – Reímos juntos.
Las luces de la ciudad iluminaban orgullosas las calles aquella noche invernal. Por la ventana divisé algunas gotitas traviesas que resbalaban por la ventana como un sinfín de corredoras que se afanan por ganar una competencia. Mis pensamientos fueron súbitamente interrumpidos por una oscuridad total, seguido por un improperio salido de los labios de Michael. Asustada, me dirigí a la cocina, y le llamé:
-¿Michael?
- Aquí estoy, no te muevas- Contestó

- Parece que ha habido problemas con el suministro de energía.

Michael tomó su encendedora y nos iluminó a los dos. Seguido aquello, revisó rápidamente la caja incrustada en la pared con los interruptores. Un olor a metal quemado llegó a mi nariz, y él diagnosticó que un fusil se había quemado.

- Hoy tendremos mala noche.– Murmuré pesimista.

- Corrección: Hoy tendremos una noche interesante. – Sonrió pícaramente él mientras rodeaba mi cintura con sus largos brazos blancos.
- Eres un hombre muy optimista Michael. En medio de la crisis energética…
- … Yo busco una manera apropiada para no dejar que nos congelemos del frío. –Dijo para terminar la frase.
- Te quiero Michael. – Le dije sonriente.
Cerré los ojos.
La brisa fría entraba por la ventana y alborotaba mis largos cabellos. Michael los apretó en un puño, y murmuró algo que me sonó a: -“Me encanta tu cabello… Me tienta a ser algo salvaje…”
Yo sonreí para mis adentros. Me giré y lo miré extasiada. Sentí como mi mirada se convertía en una invitación muda a abrazarme. El captó el mensaje, como muchas veces pasa cuando lo miro de esa manera. Nos dirigimos a la sala alfombrada y nos sentamos allí. Duramos unos minutos deliciosamente abrazados en la oscuridad, concentrados en el ritmo del otro al respirar o en el palpitar de nuestros corazones. Michael me abrazó una vez más e introdujo suavemente su mano grande para recorrer mi espalda. Desabrochó mi sostén con un movimiento hábil y rápido y me miró a los ojos.
- Eres tan bella… - Murmuró. “Y tu mirada parece decir muchas cosas… ¿O me equivoco?
- No… No te equivocas –Fue lo único que alcancé a decir.
Mis manos inquietas fueron como con voluntad propia a posarse en su nuca, y en sus cabellos. Y nos perdimos en un beso divino y profundo. El calor de sus labios carnosos y húmedos era, para mí el mejor afrodisíaco. Parecía como si estuviéramos en una cabina insonorizada, lejos del resto del mundo. Michael parecía saber las cosas pecaminosas que soy incapaz de pedir o decir, así que, escuchando mis súplicas silenciosas, alzó por mis brazos la vieja camiseta que tenía puesta en aquel momento, y seguido de esto, me despojó de mi sostén. Yo cerré instintivamente mis brazos, y nuevamente, Michael se echó a reír.

- ¡Tan linda! – Dijo.
Yo reí igual de feliz y con manos tímidas, intenté quitarle la camiseta a él también. El rompió a reír a carcajadas, y me dijo: -“Ya termina de quitármela. Yo se que quieres, y tu timidez no te deja. Así que hazlo, porque si no lo haces, yo no lo haré. Si de verdad quieres, ¡adelante!” Sentí sonrojarme hasta las orejas, y me armé de valor para quitársela. Cuando por fin dejé su torso desnudo, murmuró agarrando de nuevo mis cabellos: -“¿Ves? No es tan difícil…” Me abrazó, transmitiéndome todo el calor de hombre que su cuerpo es capaz de dar. Nos volvimos a besar, y entre beso y beso, de mis labios sólo salía su nombre. Mantuve mis ojos cerrados para abandonarme a las sensaciones. Michael envolvió en un abrazo fuerte uno de mis pechos ansiosos por sus caricias, e involuntariamente me arqueé para, pedirle más.


Mi cuerpo parecía abandonar cualquier vestigio de razón, y mis movimientos instintivos cada vez eran más fuertes. Él captó la súplica muda de mis pechos sensibles y llevó uno a su boca cálida, haciendo maravillas con sus labios, y lengua. Hizo lo mismo con el otro, y yo me aferré a su cabello como si de ello dependiera el futuro del universo. Le halé, lo apreté, y aruñé, y era cada vez más consciente del inminente bulto entre sus piernas. Mis pezones erguidos parecían necesitar tanto de su tacto como nunca lo imaginé posible y, nuestras caderas comenzaron a moverse al unísono, con frenesí; como atrapados en una danza erótica y adictiva. Era hermoso, sensual y muy primitivo al mismo tiempo.
Mientras él me besaba con ansias y devoción, me murmuraba palabras cargadas de amor y deseo.

Estábamos enamorados, y para nosotros, en aquél preciso instante, solo existía el otro. Sólo existía el amor, la belleza increíble de la realidad de que estamos vivos, y de que somos felices amándonos. Lo último que escuché salir de su boca fue:


- “Perdona si pierdo la cordura una vez más. Pero te amo y te necesito hasta lo inexplicable.”

Y nueva vez, así, de una manera tierna y apasionada, transpirando amor por cada poro de nuestra piel, fuimos un solo ser.

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