sábado, 21 de septiembre de 2013

Historias de Michael y Michelle

-19-

Mañana gris 

 

El ruido constante de una bocina impaciente me despertó aquel día. “Otro día…” – Pensé con desgana.Desde que estoy aquí, los días se hacían largos, interminables. Mi ruptura con Michael aún me escocía, me hacía daño, me lastimaba. Estrujé mis ojos azules para desperezarme, y eché un vistazo rápido al espejo. Pocas veces en mis 26 años de vida me he sentido tan demacrada, tan indeseable.

 Brian y Diane, quienes amablemente accedieron a darme refugio por unos días, hicieron mío un espacio, una pequeña y acogedora habitación que tenían destinada para los huéspedes. Afuera, el naranja del otoño hacía que la vista fuera muy bonita. El cielo gris, anunciaba lluvia, y prometía frío para esta noche. Me incorporé, me senté en el borde de la cama, y sentí algo suave que acariciaba mis piernas descubiertas. 

Era Manchas, el gato de Diane. Venía a hacerme compañía todas las mañanas. Parecía que percibía mi malestar, que me entendía. Su muda presencia y sus ojos verde brillante, tenían un efecto casi terapéutico sobre mí. Subió hábilmente a la ventana por sí solo, y contempló el paisaje. 


Mi mente tenía la habilidad de viajar por su propia cuenta. Se movía sola, con libertad, con tristeza, y se trasladaba a nuestro apartamento, en donde seguramente Michael aún se encontraba. Llegaron a ella  tantas y tantas imágenes; preguntas sin respuesta. Recordé muchas experiencias vividas con él... Buenas y malas. Comentarios punzantes, besos, caricias, palabras hirientes, episodios de violencia... Todo mezclado, sin orden alguno.


Miserable. Ese es el adjetivo perfecto para definir cómo me sentía en aquél momento, y ahora, aquí en esta pequeña habitación. La idea de estar retirada no era tener pensamientos feos como normalmente tenía… Me tomé unos días libres de la galería de arte para la que trabajaba y se supone que tendría paz, tranquilidad.

A sinceridad no sé por qué mi mente me juega estas malas pasadas. En momentos así, detestaba tener una imaginación prolífera, que en ese instante solamente me propiciaba pensamientos masoquistas, ideas dolorosas y mil demonios más. 

Diablos…"- Dije en voz alta, sin darme cuenta. Me abracé a mí misma, en un acto de autoprotección, de autocompasión. 

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por Diane, quien con toquecitos suaves, entraba en la habitación con una bandeja de bocadillos en la mano.

- Buenos días, cariño - Dijo, y sonrió. 

- Hola Di - Dije. Me enjugué los ojos, y sin querer, nueva vez, lloré.
 


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