sábado, 21 de septiembre de 2013

Historias de Michael y Michelle

-20-

Relatos nuestros


-         –  James vive en el piso de abajo desde hace unos meses. Trabaja mucho, pasa muy poco tiempo en su apartamento, y de vez en cuando viene a comer o a ver películas con nosotros. 

Diane me comentaba sobre cosas sin importancia aparente mientras se ponía rímel en las pestañas. Su ondulado pelo cobrizo se veía brillante y saludable. Lo llevaba recogido en un moño para soltárselo luego de terminar de maquillarse.

Yo por mi parte, trataba de dejarme llevar y animarme un poco. Esa noche, íbamos a salir Brian, Diane y yo a tomar unas copas. Ella me llevó de compras, e increíblemente lograba hacerme sentir mejor. No había vuelto a hablar con Michael desde aquella fatídica noche. Me consumía la curiosidad por saber sobre él. Estará comiendo bien? Habrá dormido los suficiente? Todavía me quedaba la incógnita de ese paquetito de povo blancuzco que aún guardaba en un rincón de mi bolso. Sin embargo, por el momento entendía que no saber sobre él, era lo mejor. El otro día escuché a Brian que le comentaba a Diane que Michael se encontraba tranquilo, que se imaginaba que yo querría mi espacio, y que seguramente estaba aquí con ellos.

Olvidé a Michael por un momento para dedicarme a mi presente.
Me puse un top corto y ajustado, y una falta a la cintura, muy bonita. Me dejé el pelo naturalmente suelto, y me coloqué un poco de maquillaje. 

-          – ¡Déjame Mich! ¡Me gusta maquillarte! – Dijo Diane cuando me veía colocarme el brillo de labios.
Nuestra femenina conversación se vió interrumpida por Brian, cuando asomando su cabeza de pelo marrón oscuro, dijo: - Chicas… Se nos hace tarde. ¡Apresúrense!

Terminamos de maquillarnos, tomamos los bolsos y salimos. Yo iba detrás de Diane, sintiéndome un poco insegura con esta ropa de última moda. 

-        –  Te ves muy sexy – Le murmuró Brian a su novia Diane cuando la vio. Le dio un apretón en el trasero que prometía más de lo que podía imaginarme.

Aparté la vista un poco avergonzada, y sonreí. 

Salimos del apartamento, y afuera nos esperaba alguien.

¡Diablos, diablos, diablos!” No entiendo por qué me perturba tanto verle. En verdad, no entiendo.

Era James.

Llevaba una camisa ajustada de cuadros de color azul verdoso que acentuaba muy bien sus ojos. Tenía un colgante en forma de cruz cristiana. Al parecer le gustaban mucho las cruces. Un colgante, un tatuaje en el antebrazo en forma de anj, la cruz egipcia, y otro más debajo de la nuca. No me pregunten como sé que tiene este último. La vista es libre, y los ojos se mueven muy rápido cuando una chica tiene un encuentro accidental con un antiguo amor medio desnudo.

-          - Hola – Dijo sencillamente, y me sonrió con cariño.
-          –  Hola James. No sabía que venías. Estás muy bien.
-          No se supone que me lo digas primero. Estaba saliendo de mi ensimismamiento antes de decirte que luces impresionante. – Añadió.

Les actualizo un poco: James fue mi primer amor. Nos conocimos cuanto éramos niños, y tuvimos un romance muy lindo cuando estábamos en la universidad. Es ingeniero en sistemas, es terco, pícaro, buen chef, y excelente bailarín. Escucha de todo un poco, pero es muy rockero. A veces es rebelde, arriesgado, y tiene un sentido del humor exquisito. El tiempo pasó, nos separamos, tuvimos encuentros esporádicos, algunos muy intensos. El tiempo volvió a pasar, él salió con otras mujeres, yo salí con Michael. Michael y yo nos mudamos, hicimos el amor, peleamos, hubo violencia, y bueno, según la línea del tiempo que tengo en mi cabeza mientras les cuento, aquí estamos en el día de hoy, sábado 22 de septiembre. Y me sudan las manos, y me tiemblan las rodillas, como cuando estaba en la universidad. 

No me gusta sentirme tan nerviosa en su presencia. Mi mirada no dejaba de posarse en su torso encamisado. “No es justo, no es justo” – Decía mi “yo” interior más recatada, mientras se tapaba los ojos con las manos, avergonzada. 

-         –  Bueno, ¿y qué esperamos? ¡Vamos! – Dijo Diana, muy animada

¿    - ¿Por qué no me dijiste que James venía con nosotros? – Le pregunté, ligeramente molesta.
-        – Está soltero. Es gracioso… Y aun le gustas. – Dijo ella, arrastrando estas últimas palabras intencionalmente. 
-         No estoy de ánimos para estas cosas, Di. – Le dije.
-         – No me malinterpretes, Mich. James es un buen chico, y te puede hacer reír. Míralo como una buena compañía, no más. Se trata de que la pases bien. Piénsalo – Comentó, tratando de parecer sensata y madura.
-         – Eso trataré – Añadí con voz cansina, dándome por vencida. 

Llegamos a “Move it”, un lugar muy animado donde ponían todo tipo de música, haciendo alarde a su nombre, para que todos “se muevan” a su gusto y disfruten de un buen rato.

Cuando entramos, el lugar estaba abarrotado de gente, y sonaba una salsa muy pegajosa. James me tomó de la mano, y murmuró apresuradamente: “Es para no perderte… Hay mucha gente aquí”
-          – Está bien – Le respondí sin más.

Nos dirigimos a la barra, y pedimos algo de tomar. Brian, como siempre, nos hizo reír con sus chistes, acompañados por los de James.

-         ¿Es eso una sonrisa, blondie? – Me preguntó Brian, con humor
-          – ¡Sí, creo que sí! – Añadió Diane, aplaudiendo contenta.

Y sonreí. Me sentía bien. Libre. Feliz. Pedimos otra ronda de tragos.
Y otra.
Y otra.

Diane y Brian se dirigieron a bailar, y nos tomaron de las manos para unirnos a la multitud que hacía tumultos en medio de la pista. Tocaban una canción bastante animada, y muy sexy.
La música sonaba, y los ojos azules de James se enfocaron en unas chicas muy guapas que bailaban provocativamente en el centro del bar, lanzándole miradas lujuriosas al semental que se encontraba a mi lado. 

-          – ¿Te deleitas la vista? – Pregunté contenta.
Volteó los ojos y seguido los fijó en mí: - Ahora sí me la estoy deleitando. – Dijo, con una sonrisa lobuna.

Me sentí enrojecer hasta la punta de las orejas. Torcí lo que intentaba ser una sonrisa, y dí un trago largo y profundo.

-          ¡Hahahahaha! Despacio, preciosa, despacio – Dijo James riendo, y alejando la copa de mis labios.
Sonreí nuevamente, avergonzada, y atragantándome con el alcohol. Me gustaba que me llamara "preciosa". Viniendo de James, parecía que de verdad yo era preciosa.

Pero, me atraganté con un Cosmopolitan... “Dios, que vergüenza” – Pensé. 

Luego, nos mezclamos con la multitud.

Al cabo de unos minutos, otra melodía comenzó a sonar, y quedé frente a él. Me miró, arrugando el entrecejo, y me abrazó, diciéndome al oído “Concédeme ésta… Sólo esta pieza, por favor”.
Sus palabras parecían casi un ruego, y mi cuerpo se dejó arrastrar por esas manos grandes que suavemente me acercaban al suyo. Me dejé llevar por el que alguna vez fue mi gran amor.

“Me and Mrs. Jones”, de Michael Bublé, era la canción que sonaba.

 
El olor de su colonia invadía mis sentidos, y apoyé mi cabeza en ese rincón exquisito entre su cuello y su hombro, apretando de manera casi instintiva sus negros cabellos. Muchas escenas me pasaron por la mente, como una película en full color. Imágenes nuestras, besos, días felices, sin violencia.

-          – ¿Qué haces James? – Pregunté, sin más.
-          –  ¿A qué te refieres? – Dijo él, en un hilo de voz.
-          – ¿Qué haces? ¿Haciéndote inolvidable? – Dije.
-          – Más o menos. Trato de ponerme a tu nivel: Tú ya lo eres. – Respondió, cerrando los ojos y enterrando su nariz en mis cabellos.

Me quedé sin habla. Era un hombre tan seguro, tan sensual, tan entregado. No era para nada presumido. Un poco egoísta, tal vez, pero humilde, pensaba siempre en el otro, y luego en sí mismo. Era sumamente atractivo, y de palabras muy embriagadoras.

Michael hubiera respondido con sorna, y sin pensarlo dos veces: “Yo ya soy inolvidable.”

- Bésame sensacional, Michelle. - Dijo James en lo que parecía un susurro sensual, casi una súplica. "Bésame, como tú lo sabes hacer, por los viejos tiempos, por este precioso momento que estoy viviendo contigo"

James se hacía inolvidable. Más inolvidable de lo que ya era. Me quedé muda, sin nada que pensar o qué añadir.

Cerré los ojos. Tal vez era el alcohol, pero, por un momento después de tanto sufrir, volvía a ser feliz.

 

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